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Los lectores asiduos quizá se hayan dado cuenta de que, cuando hablo de consecuencias, hago especial hincapié en las consecuencias indeseables que nuestros actos tienen ... para terceros. Desconfío de los análisis que utilizan la relación causa/efecto para explicar fenómenos complejos, mediante su reducción a una simple y directa evidencia, prescindiendo de las ocho partes del iceberg que no se ven. La inflación es un ejemplo paradigmático.
Margaret Thatcher decía: «La inflación destruye naciones y sociedades con la misma certeza que un ejército invasor... la inflación es el ladrón furtivo de aquellos que tienen ahorros»; lo cual es de una evidencia fácil de comprobar. Lo que ella no explicó con igual claridad, sino para justificarlo, fueron las indeseables consecuencias de sus medidas antiinflacionistas. El gobierno subió los intereses de los préstamos al 17% para inducir la recesión; la recesión produjo un creciente desempleo que duró cuatro años, devastador en las regiones mineras; lo cual provocó una huelga de mineros que duró un año e hizo que se perdieran 26 millones de jornadas de trabajo: ello favoreció la recesión inducida que llevaría a un limitado control de la inflación. Esta llegó al 18% y seguía siendo del 7% diez años después. Entretanto, el desempleo, que había subido del 6 al 12%, seguía siendo del 7% diez años después.
La inflación llevó a emigrar del país a 100.000 ingleses; 10 años después llegaban al país 200.000 emigrantes por año ¿Qué había pasado? Sencillamente, el Reino Unido pasó de basar su economía en la industria a basarla en servicios y finanzas. El sector financiero representa hoy el 25% del PIB nacional, la industria no ha cesado de reducirse, los ciudadanos más desprotegidos fueron los verdaderos paganos de la 'revolución conservadora'. Reagan siguió los mismos pasos de Thatcher, en Estados Unidos. Hoy, los bancos centrales de Europa y América siguen aplicando las mismas medidas para contener la inflación. Hoy, el Reino Unido ha elevado los impuestos a más de 10 millones de hogares y reducirá el gasto público incluso en defensa, todo con el fin de controlar la inflación; los ingresos disponibles de las familias para cubrir sus gastos se van a reducir un 7% en los próximos dos años, se trata de la mayor caída del estándar de vida desde 1956. Mientras tanto, la inflación sigue creciendo en el Reino Unido y ya está en el 11%. «La inflación sube, el crecimiento es negativo y el poder adquisitivo se cae» resumió el líder de la oposición.
He dado los datos actuales del Reino Unido porque quiero establecer comparaciones con la época de Thatcher; pero, como entonces, la situación en los países desarrollados es tres cuartos de lo mismo. Por cierto, la recuperación en el Reino Unido tomará más de cinco años; años de miseria para un sector significativo de la población. ¿Es que no se puede hacer mejor o es que una vez más se recurre al camino más fácil? Las 'curas de caballo' son siempre manifestación de la impotencia; pero, como sabemos, tienen efectos colaterales muy serios. Algo así como la quimioterapia contra el cáncer. De la misma forma que la quimioterapia se va erradicando a medida que los investigadores desarrollan terapias más sofisticadas, uno esperaría que en los últimos 40 años los expertos hubieran desarrollado respuestas más apropiadas al problema de la inflación; pero tanto los expertos nacionales como las instituciones internacionales (FMI y similares) siguen aplicando la 'cura de caballo', demostrando así una alarmante inercia intelectual.
Hablando de efectos colaterales me falta señalar el de mayores consecuencias globales. Gracias al dólar, Estados Unidos tiene la capacidad de exportar una parte significativa de su inflación y lo hace sin mayores reparos. El resto de países desarrollados recurren a medidas similares con el mismo fin, dentro de sus propias capacidades. Esta factura la pagan indefectiblemente las economías emergentes. Mientras las economías avanzadas se enfoquen exclusivamente en lo que consideran sus 'intereses nacionales', sin contemplaciones al impacto de sus medidas en terceros países, los efectos de estas medidas van a ser todavía más dañinas para el tercer mundo. Luego nos asombramos de que 6.300 millones, de los 8.000 millones de habitantes del mundo, digan confiar más en China y Rusia que en EEUU y Europa. En el tercer mundo, con razón, desconfían de los países desarrollados; cambiarles el chip es una tarea difícil que no se toma con toda la seriedad que debiéramos.
Durante el más floreciente período de la globalización, EEUU y Europa parecían haber entendido que sus 'intereses nacionales' se extendían bastante más allá de sus fronteras físicas; pero en cuanto hemos entrado en un período de 'vacas flacas' se han llamado a andanas. Refugiarse en la iglesia para no hacerse cargo de las responsabilidades contraídas -propiamente 'llamarse a andana'- suele terminar en que se arma 'la de Dios es Cristo'. Estamos avisados.
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Ana del Castillo
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