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He escrito en otras ocasiones en estas mismas páginas sobre los carteles y su poder de atracción de la mirada de los ciudadanos. Se dijo ... de ellos que eran un grito en la pared. Nos convocan a un concierto, un encuentro deportivo, nos animan a matricularnos en alguna academia de idiomas, talleres de creación, gimnasios, oportunidades de compras a precios baratos o viajes maravillosos, que asistamos a una exposición, presentación de un libro o un programa de fiestas. Combinan textos e imágenes con colores atractivos para que no pasemos indiferentes ante ellos, nos detengamos ante su mensaje, lo interioricemos y confían esperanzados en que respondamos positivamente a su invitación. Al sol, al viento y la lluvia, quedan fijados a las paredes, a veces a los escaparates de los comercios cerrados. Más frecuentes en los centros de las ciudades, en los lugares de paso. Su colocación es aleatoria.
A veces se respetan entre ellos, otras se superponen. El vértigo con el que se suceden los acontecimientos en la vida urbana hace que convivan los caducados con los que miran a un cercano futuro. Hay una belleza en esos cuadros sin límites que se forman en las paredes al dialogar formas y colores diferentes, con sus desgarros por la acción meteorológica o de una mano infantil juguetona que tira de un extremo del papel. El artista pop italiano Rotella y el francés Villeglé crearon grandes composiciones a partir de los decollages. En Cantabria, Pedro Palazuelos hizo una exposición de fotografías coincidiendo con unas elecciones generales de los encuentros sorprendentes que se producían al superponerse carteles propagandísticos de los partidos. Belleza y humor. Pero como siempre sucede, el exceso de información produce ruido. Ahora, en el centro de Torrelavega, hay una proliferación de cartelería desordenada. Debería de haber una normativa, o aplicarse si la hay, que ponga orden y limpieza en las paredes.
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