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Quiero plasmar en el papel la tormenta de ideas y sentimientos que me suscita la Ley Celaá que tanto perjudicará a la educación ... de todos los españoles. El cierre de Centros de Educación Especial acarrea graves consecuencias que rompen de manera drástica todo lo conseguido en décadas anteriores, con un gran esfuerzo. Partiendo de una situación en la que las personas con discapacidad no tenían derecho a estar escolarizadas, la Logse les reconoció este derecho abriendo las puertas a un nuevo mundo: integración, centros especiales, profesores con nuevas titulaciones, etc. Todo ello posibilitó una educación personalizada capaz de desarrollar sus capacidades, que son muchas, aunque solo pueden aflorar en circunstancias favorables.
Quiero destacar que una parte de este colectivo está aquejada de diversas enfermedades que originan episodios que el personal de estos centros conoce, ante los cuales sabe cómo actuar, reaccionan además como si de un psicólogo se tratara, amén de ayudar emocionalmente a los padres, que a veces están agobiados.
Señora Celaá, argumentan que no van a cerrar totalmente los Centros de Educación Especial, sino que irán derivando poco a poco a sus alumnos a las aulas de los centros ordinarios. Pero... ¿Alguien cree que en esas aulas este alumnado va a ser atendido por un enfermero o doctor cuando sea necesario regular el azúcar o controlar ataques epilépticos, por ejemplo?
¿Tendrá que controlar el profesor las conductas disruptivas de un número indeterminado de alumnos? ¿Habrá un auxiliar que atienda las inoportunas necesidades escatológicas? ¿Habilitarán a todo el profesorado para dominar el arte de conocer, amar y trabajar con personas que se salen de los estándares oficiales?
Es muy guay decir que se apuesta por una educación inclusiva. Pero ese es un concepto irreal. ¡Qué más quisiéramos nosotros que las patologías y enfermedades de nuestros hijos desaparecieran por el solo hecho de convivir con los demás! A veces los padres se aferran a esa idea cuando sus hijos son pequeños, pues quieren creer que con el tiempo puedan cambiar las cosas. Pero como esa utopía no se hace realidad matriculan a sus hijos en los Centros de Educación Especial, donde los profesionales descubren sus posibilidades y trabajan para desarrollarlas, sin que el tiempo que empleen o los métodos de aprendizaje susciten ideas de inferioridad o de rechazo.
Permita que nuestros hijos continúen en estos centros diseñados para ellos, porque allí son felices. Hay testimonios amargos de chicos que han sufrido en sus carnes la falta de empatía que han experimentado en los centros ordinarios.
Nuestra asociación Acysam, a través de una plataforma, le hizo llegar nuestras ideas y aportaciones, sin éxito. Si usted nos hubiera escuchado, una vocecita interior le habría susurrado: no destruyas lo que está funcionando, que millones de personas van a sufrir las consecuencias.
Ahora quiero desarrollar la segunda consecuencia de la llamada Ley Celaá, en relación con este tema.
En las aulas ordinarias convivirán personas con necesidades educativas tan divergentes que será imposible atender a cada uno en función de sus capacidades y circunstancias, quedando descartada la tan repetida igualdad de oportunidades, porque los profesores no son superhéroes.
Y ya si descendemos al detalle, el currículo de enseñanzas académicas requiere que en las aulas haya un relativo silencio que favorezca la atención y el estudio de casi todos los alumnos. Pero en la clase habrá otros compañeros, cuyos objetivos son más limitados desde el punto de vista académico y que han de pasar horas escuchando ideas que no entienden y que, por lo tanto, no les interesan. El resultado a efectos prácticos es que la presencia de nuestros hijos en esas aulas servirá de cortapisa, quedando los dos perfiles de alumnos perjudicados.
La práctica de este tipo de escolarización ya la conocimos con anterioridad, por eso la lógica y la empatía propiciaron su matriculación en los Centros de Educación Especial, que tan bien están funcionando. ¿Por qué razón imponen una marcha atrás tan disparatada?
La consecuencia de todo lo expuesto es que la Ley Celaá va a perjudicar a casi todos los españoles, especialmente a los pertenecientes a las clases medias y bajas, porque a las familias pudientes siempre les quedará la posibilidad de escolarizar a sus hijos en colegios privados.
Señora Celaá: una retirada a tiempo es una victoria. Por ello le rogamos encarecidamente que retire esta ley tan injusta, que puede originar mucho dolor y frustración a los seres humanos que menos lo merecen.
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Ana del Castillo
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