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Esta semana la prensa de Estados Unidos y la de España se han ocupado primordialmente de sendas cuestiones con ribetes éticos o legales. En Yanquilandia, con todo, su asunto no cubría toda la portada quizás porque se trataba de una fruslería comparada con el nuestro: ... por primera vez en la historia un presidente estadounidense era fichado como delincuente por la «futesa» de haber intentando manipular las elecciones en el estado de Georgia para mantener la presidencia. Una chiquillada. Lo nuestro, que acaparaba telediarios, era mucho más gordo, más antidemocrático, más punible: un hombre zafio, en un momento de euforia, había arrancado un beso de los labios de una joven sin, al parecer, su consentimiento.
El crimen es tan horrendo que aunque el besucón fue el presidente de un equipo que acababa de lograr la copa del Mundo, motivo lógico de exaltación, el gesto ya ha sido definido como una muestra palmaria del 'metoo' español, del machismo más espantoso.
No pretendo defender al señor Rubiales, al que no conozco de nada y cuyo comportamiento en la final de ese Mundial no celebro en absoluto. Iré más lejos: si la mitad de lo que ahora cuentan de él fuera verdad tendría que haberse marchado hace tiempo. Pero lo que me intriga son la proporciones del escándalo del beso. Hay no poco de sarcasmo e hipocresía en el asunto. Veamos:
El Gobierno fue el primero que se sulfuró con el gesto grosero, irrespetuoso, amoral y yo encuentro muy raro que a lo largo de cinco años no se sulfurase con los 22 millones de euros de comisión a Gerard Piqué, con la orgías de las que se le acusan a Rubiales, pagadas con dinero de la Federación Española de Fútbol, con su contratación de detectives para espiar a periodistas, con las acusaciones de despilfarro cuantioso.... ¿Esto no preocupaba a nuestras autoridades tan ob-sesionadas con la imagen de España ? Parafraseando al francés Talleyrand podríamos decir que para el Gobierno la corrupción, los Eres, los Tito Berni, son un pecado venial, el crimen verdaderamente escandaloso es besar a una joven de 25 años en una celebración antológica. ¿Esta es la España de hoy?
El sarcasmo del escándalo nos lo dan además las fechas. ¿Pueden unas políticas que no han pedido perdón por su criminal error de la ley del 'solo sí es sí' ser las que acaudillan el linchamiento del federativo futbolístico cuando hay 117 excarcelados precozmente que violaron a mujeres, abusaron de menores... y existen otros 1.000 que han visto reducidas sus penas ? Nos olvidamos que incluso la estupenda Yolanda Díaz ha sido la primera que ha mostrado su indignación con el beso habiendo ella tenido el tupé de votar en contra de la reforma que hizo el Gobierno de España para paliar el desaguisado.
Oigo a los portavoces oficiales quejándose de que en los partidos del fin de semana no ha habido pancartas condenando a Rubiales. ¡Qué falta de solidaridad! Y me pregunto cuántas pancartas habría que mostrar hoy a las ministras indignadas cuando vemos que uno de los liberados a causa de su funesta ley ha intentado violar a otra mujer.
Si nos centramos en el funesto beso –estoy convencido de que el apretar Rubiales sus partes con júbilo, siendo bastante feo, no habría provocado en absoluto la tempestad actual, no seamos hipócritas, igual que no la ha producido su actuación estos años– me voy a mojar más: Intuyo que no soy el único que a la edad de merecer no se lanzaría desaforadamente en una fiesta detrás de esta o aquella joven de la selección por su magnetismo o sex-appeal pero si soy el presidente de una Federación y ganamos un título mundial, al desfilar las jugadoras yo podría muy bien, a la goleadora andaluza que me hizo saltar las lágrimas, a la portera balear o a Dios sabe a cuál cogerla y estrujarla y besarla de entusiasmo. Y no soy machista ni patán. No descarto que me ocurriera lo mismo con el barcelonista Pujol cuando en Sudáfrica, en mi portería, se me humedecieron los ojos con el gol que hizo a Alemania. Por eso, por inelegante que fuera el ósculo origen de todo, yo no puedo unirme al ahorcamiento del directivo.
Por cierto, se habla mucho del machismo del presidente y del seleccionador que arranca con el caso de las doce jugadoras amotinadas y que se reitera ahora. Dado que ambos han colaborado de algún modo con ellas en que tengamos una Copa del Mundo sería bueno que nos explicaran de una vez cómo y por qué surgió el motín y cuáles eran las vejaciones que sufrían.
Entre tanto cuando oigo pedir que castren a Rubiales o que lo fusilen sin confesarse para que no vaya al cielo pienso: «¿ Por el beso? Nos estamos pasando dos campos de fútbol».
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