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Por mucho que luciera el sol en su larga parábola entre crepúsculos, el verano de 1934 era más bien sombrío para Miguel de Unamuno. En los meses anteriores habían fallecido su hija Salomé, de sólo 37 años, madre de su nieto Miguel; su hermana ... Susana, monja; y su compañera de toda la vida, Concepción Lizárraga. Además, en septiembre cumplía 70 años y debía abandonar su cátedra y rectorado en Salamanca. De modo que, al llegar al santanderino Palacio de La Magdalena para disertar, ante auditorios entregados, sobre la figura literaria de Don Juan, un fuerte sentimiento de nostalgia se había apoderado de él. Así, para sorpresa del secretario de la naciente Universidad Internacional de Verano, el poeta Pedro Salinas, uno de sus primeros poemas se lo dedicó Unamuno a la exiliada reina consorte, Victoria Eugenia de Battenberg, «nuestra pobre Ena».
Todo el antagonismo feroz que había sentido hacia la arbitrariedad de Alfonso XIII trocábase en tierna compasión cuando trataba sobre esta nieta de la reina Victoria del Reino Unido. Una princesa que había venido de la «Isla de Libertad» a ser zarandeada y bombardeada (el día de su boda en 1906, lo que el autor bilbaíno recogió en sentidos versos) por una España con recias tendencias antiliberales. Desde aquel palacio vacacional construido para el regio matrimonio veinte años antes, Ena, según imaginaba el poeta, recibiría las olas como mensajeras de los aires anglicanos, y estas serían las sirenas de un paraíso perdido.
Tres años atrás, en otra estancia en Cantabria, el rector salmantino había visitado el sepulcro del inquisidor Corro, cuya estatua yacente, en la alta iglesia que domina todo el paisaje en derredor de San Vicente de la Barquera, es una de las mejores del Renacimiento español. Razonaba Unamuno que la Inquisición había sido obra de unidad política más que teológica. Pero, al cabo, las inquisiciones nunca triunfan, y el resultado para España había sido perpetuar la división espiritual, de la que las querellas políticas del momento republicano no eran sino un ejemplo. Cierta izquierda socialista y cierto catalanismo esquerrista se aprestaban ya a sublevarse contra el Gobierno del Partido Radical apoyado por las derechas conservadoras. En un pleno de las Cortes en julio, el exministro socialista Indalecio Prieto había llegado a esgrimir una pistola en el hemiciclo.
Aquellas meditaciones unamunianas siguen más vigentes de lo que nos gustaría. Pues quizá la razón poética que defendió María Zambrano no tenga más secreto que este de acertar con las metáforas, es decir, con la imaginación sociológica, como han sugerido los estadounidenses Charles Wright Mills y Randall Collins. Aquel déficit de sirenas liberales y superávit de inquisidores no sólo se ha dado en la formación de la comunidad política que llamamos España, sino que se ha reproducido en casi todas las Españitas o Españonas que de ella han salido o pujan por salir. Lo mismo que, cuando se rompe un espejo, lo que quedan son espejitos que funcionan igual. Y así nuestras sirenas no son anglicanas, sino como las fatídicas sirenas de Odiseo, cantos arrulladores para enmascarar una cruel emboscada. El albiónico 'derecho a decidir' va al alimón, como dos toreros con un solo capote, con la descalificación de lo español y su etiquetado con toda suerte de connotaciones negativas. Este canto de sirena es puro ventriloquismo del inquisidor. Da igual que sea Corro, Corret, Korro, Corriño, McCorrin, Correvitch, van Corren...
El liberalismo, como la salud, es infrecuente en la naturaleza humana. Los arqueólogos y paleoantropólogos nunca dejan de sorprenderse de los sufrimientos físicos de nuestros antepasados a cualquier edad. Algunas salas del Museo de Navarra, a cuyos pies los mozos de Pamplona esperan a los toros para echar a correr, ofrecen testimonios escalofriantes. Sólo el avance de la medicina y la agricultura nos ha permitido vivir más años lejos de enfermedades discapacitantes o dolores mayúsculos. Lo natural en el ser humano es padecer infecciones, inflamaciones, traumatismos, degeneraciones. Es la inteligencia quien le va librando de ellas, como ahora con la vacunación universal.
Del mismo modo, lo natural en nuestra especie es el comportamiento surgido en la hominización, y no la leve y mal distribuida pátina ilustrada de los últimos doscientos años. Así que la mayoría no quiere ser libre y participativa, sino ser aceptada en un grupo, protegida por un poder, beneficiada por algún favor; dejarse llevar, que consume menos energías psíquicas. El ser humano es constitutivamente libre, pero inmediatamente dimisionario de tan enojosa responsabilidad.
Algún día esto cambiará, por evolución humana, pero de momento el liberalismo es un estado tan precario y vulnerable en la mente como la salud lo es en el cuerpo. Y necesita su medicina de mantenimiento: leyes, educación en tolerancia, pluralidad de medios de comunicación y opiniones, evitación de desigualdades que anulen la libertad, arquitectura institucional que no permita poderes omnímodos, transparencia y calidad de la información pública, y una preferencia constante por la dignidad del individuo frente a las aspiraciones dominadoras de tribus, corporaciones y colectivos, entidades mefistofélicas que quieren apoderarse de las almas y haciendas para... ni ellas saben para qué. ¡Para nada bueno!
Usted puede pensar que ya no hay más inquisidores que aquellos de mármol genovés que los discípulos de Berruguete cincelaban para templos como el barquereño. Pero pecaría mortalmente de optimismo. Hay inquisición cada vez que se da una espiral de silencio: cada vez que alguien renuncia a expresar su parecer y sentir, por miedo a ser despreciado, desintegrado, burlado y puesto en duda como legítimo miembro de la comunidad, expulsado del metafórico grupo de WhatsApp. Hay en el Bellas Artes de Bilbao un retrato de Leandro Fernández de Moratín por Goya al que solo le falta estrechar la mano al visitante, tan extraordinariamente vivo resulta. En 1787, lamentándose de la falta de una rigurosa historia de España, escribe Moratín a su amigo Juan Pablo Forner: «La edad en que vivimos nos es muy poco favorable: (...) si tratamos de disipar errores funestos, y enseñar al que no sabe, la santa y general Inquisición nos aplicará los remedios que acostumbra». Hoy los 'remedios' son la alienación programada del discrepante, el exclusionismo, y la presión física como recurso final para recalcitrantes.
Llega 2021, el octogésimo aniversario de la Segunda República. Precisamente la queja de Unamuno, como liberal, era que el nuevo régimen había incubado su propia pugna entre sectas inquisitoriales. Y es probable que, en este año entrante, el ejercicio de memoria histórica consista, bajo disfraz de erudición, en directa reivindicación de unas u otras inquisiciones, antes que en un acto de contrición nacional por las pocas invitaciones que, históricamente, hemos cursado a las sirenas del septentrión; pues nuestra debilidad por las sirenas homéricas que cantan tradicionalismos o revolucionismos ha llevado siempre nuestras naves al naufragio de tradiciones y revoluciones. Si busca un buen propósito de Año Nuevo, olvide dieta y gimnasia. Corra a las costas cantábricas y, como Ena, escuche a la sirena anglicana. Y esta vez, me hace usted el favor...
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Ana del Castillo
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