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En 1851 se inauguró la primera vía ferroviaria que comunicaba Santander con el resto de España, un hito decisivo para el desarrollo de la ciudad y de la región. Hasta entonces, salir o entrar personas y mercancías suponía toda una aventura que, desde Madrid y ... en carruajes por caminos rudimentarios, podía tener una duración de más de una semana. Cabe imaginar las enormes dificultades que había que superar para traer o llevar mercancías desde la Meseta, los muchos carros que se necesitaban para llenar las bodegas de los barcos atracados en nuestra bahía y las limitaciones que esto implicaba para la actividad portuaria y comercial. Con la llegada del ferrocarril se abrieron para Santander y lo que hoy denominamos Cantabria las puertas de su desarrollo económico, al romperse su histórico aislamiento con el resto de la península.
El Santander de 1851 era muy diferente al que hoy conocemos. Tenía una población de 50.000 habitantes y su núcleo urbano se correspondía básicamente con un trazado medieval que se extendía hacia el Este, con el Ensanche del Paseo Pereda; hacia el Sur apenas superaba el Cerro de Somorrostro y el Sardinero era una zona prácticamente rural.
La llegada del ferrocarril supuso un eficaz y rápido medio de transporte que abría nuevas posibilidades de desarrollo. A lo largo del corredor del Besaya se asentaron industrias que ya tenían la posibilidad de dar salida por mar o tierra a sus productos. Navieras y consignatarios abrieron líneas con numerosos puertos, floreció el comercio con América y Santander aumentó considerablemente su capacidad competitiva en relación con otros puertos de la geografía ibérica.
La estación de tren se convirtió entonces en la auténtica puerta de acceso comercial de la ciudad. El barrio de Castilla-Hermida era por aquellos años una marisma a medio rellenar, sin el Pasaje de Peña y sin las calles Isabel II o Lealtad, por lo que un viajero que accediese a Santander en tren, si quería acercarse al Ayuntamiento, debía dar un rodeo hasta el actual edificio de Correos.
Se inauguró una sencilla 'Estación del Norte' de diseño clásico, mejorada en 1873 por el ingeniero Eduardo Grasset, y en 1903 por el ingeniero Rafael Izquierdo. Este magnífico edificio fue derribado en 1936 por orden del alcalde de la ciudad, Ernesto del Castillo, conocido por su tendencia destructiva y nada respetuosa desde el punto urbanístico. La estación que hoy podemos ver fue proyectada en 1941 por el arquitecto Luis Gutiérrez Soto y por el ingeniero Carlos Fernández Casado, que diseñaron dos cuerpos laterales simétricos y una gran torre central bajo la que discurre el trazado ferroviario.
Actualmente, el crecimiento de la ciudad ha cambiado la magnitud del problema. Lo que anteriormente era una entrada o vía de acceso se ha desbordado en una conurbación que se anexa a municipios limítrofes. Las vías de comunicación, carreteras, autovías y vías de tren suponen auténticas barreras entre las áreas urbanas: atraviesan zonas residenciales, seccionan espacios y provocan que barrios como Castilla-Hermida, con la mayor densidad poblacional de la ciudad, hayan quedado encerrados entre las carreteras de entrada y salida del núcleo urbano.
Tenemos ante nosotros una oportunidad irrepetible para reordenar una gran superficie de vías y dar la mejor solución a unos cuantos miles de personas que se verán afectadas por la integración ferroviaria. Para ello, no debemos entender la integración ferroviaria en Santander como una cuestión que, únicamente, afecta a los trenes. La decisión unilateral de colocar una losa de casi 14 metros de altura y 55.000 m², 500 metros de largo por 100 de ancho, equivalente a diez campos de fútbol, tendría un coste de 90 millones de euros y, de ningún modo, solucionaría los graves problemas que afectan al barrio de Castilla-Hermida, como buscar alternativas al tráfico que acorrala esta zona, mejorar los accesos de entrada a la ciudad o crear un corredor verde que la conecte con los barrios situados al Oeste.
Una mayoría de grupos políticos aplauden este disparate urbanístico, sin atender las lógicas y razonables reivindicaciones de otros grupos y colectivos sociales y profesionales, pero sobre todo, de los vecinos de Castilla-Hermida, que son quienes más se dan cuenta de que la construcción de esa inmensa losa de cemento sobre las vías no les va a solucionar ninguno de sus problemas.
Creemos que, ante este estado de cosas, es preciso un serio debate. ¿Debe permanecer la estación en el lugar actual o retranquearse hacia la Marga y liberar así lo que podría ser un gran pulmón verde para la ciudad? ¿Se podría desviar o soterrar el tráfico alrededor de estos barrios? ¿Una enorme losa a 14 metros de altura resolvería o agravaría su situación?
Actuar sin una planificación previa en toda esa área de la ciudad, de más de 200.000 m², es injustificable y evidenciaría una absoluta dejación de funciones por parte de los responsables políticos, lo que no solo tendría unas graves consecuencias urbanísticas y sociales, sino que supondría un monumental descalabro sin vuelta atrás en la conformación del espacio, algo que los ciudadanos del futuro, sin duda, nos echarán en cara.
Es preciso y urgente un concurso de ideas, además de un debate abierto y sereno, con presencia de expertos, arquitectos, urbanistas y, por supuesto, de los más afectados, los vecinos de Castilla-Hermida. Actuar con intereses cortoplacistas tiene poco o nada que ver con el desarrollo de la ciudad o con la mejora de la vida de sus habitantes, y mucho más con campañas e intereses electorales.
Grupo Alceda: Aurelio G. Riancho, Domingo de la Lastra, César Pombo, Celestina Losada, Manuel Lopez-Calderón, Orestes Cendrero, Esperanza Botella, Rosa Coterillo, Albero G- Hoyos, Juantxu Bazan, Ana de la Lastra, Esther Sainz-Pardo, Fernando Abascal, Carolina Echavarri, Digna Fernández, Fernando Vierna, Fernando Mantilla, Ignacio Rosales, Miguel de la Fuente.
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