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El nuevo proyecto de Torrelavega para La Lechera nació con pocas pretensiones. Después del banco gigante y del anuncio de un parque acuático en Sierrallana, Gobierno y Ayuntamiento decidieron enfriar las expectativas y aspirar solo a convertirla en el mayor contenedor cultural y artístico de Cantabria ... . Así lo anunciaron el año pasado, tras una década de lenta agonía de este histórico edificio, símbolo de la edad de oro industrial de la ciudad, pero también de su decadencia. Con apenas cuatro o cinco citas fijas al año, entre eventos privados o actos públicos, su rescate parece obligado. La idea es convertirla en la sede de los fondos de la Colección Norte de arte del Gobierno de Cantabria y en la casa de las escuelas municipales de circo, de teatro, de música y folclore, y de artes, a las que se unirán las nuevas de danza y escuela audiovisual.
Pero el proyecto empezó con mal pie y siguió aún peor, como una historieta de Francisco Ibáñez a medio camino entre la sorna y la indignación. De entrada, el concurso público se anunció el 23 de diciembre, en vísperas de Navidad, y se olvidaron de adjuntar los pliegos de las bases. Hasta cinco días después, los arquitectos y profesionales interesados no pudieron leer los detalles de la convocatoria. Y cuando los vieron empezaron las primeras quejas por la falta de definición de algunos capítulos, hasta el punto de que hace un mes solo se habían recibido 67 propuestas y una docena habían sido desestimadas por no cumplir los requisitos. Los propios integrantes del jurado del concurso de ideas reconocieron que se trata de una cifra de participación baja.
La cadena de despropósitos continuó cuando Gobierno y Ayuntamiento publicaron mal el correo electrónico al que las empresas debían escribir. Una errata que volvieron a repetir en el comunicado oficial en el que informaban del mail correcto. Esto obligó a ampliar el plazo de presentación de las ofertas. Y esta misma semana hemos conocido que el Tribunal Administrativo Central de Recursos Contractuales, dependiente del Ministerio de Hacienda, ha suspendido de forma temporal todo el proceso hasta que se resuelvan las alegaciones de algunas empresas.
Mientras tanto, todavía no se sabe quién va a poner encima de la mesa los 9 millones de euros que cuesta la idea. El consejero de Cultura aseguró que el dinero llegará del Estado o de los fondos europeos, pero los continuos retrasos hacen peligrar la inyección financiera que se esperaba del Ministerio de Fomento.
A los gestores públicos no hay que aplaudirles las buenas intenciones, sino que sean resolutivos y manejen con sentido común el dinero público. Con el mismo cuidado, o más incluso, que una empresa privada estudia sus inversiones. Y que todos los proyectos estén amparados por un plan superior, por un objetivo único que mire más allá del cortoplacismo de una legislatura. No se trata de salpicar de ideas grandilocuentes las calles, sino de pensar qué ciudad queremos dentro de 10 o 15 años. Si el comercio está hundido y la industria agoniza, Torrelavega debe reinventarse. Debe mirarse en el espejo de otras localidades que supieron aprovechar las oportunidades. Como Vitoria, por ejemplo. En 2012, se convirtió en 'capital verde' de Europa y hace dos años, con 250.000 habitantes, 112.000 árboles y 146.000 coches, fue proclamada 'ciudad verde mundial'. ¿Qué supone eso, además de una mejora de la calidad de vida de los vecinos? Pues exenciones fiscales importantes para las empresas que se ubiquen allí. Un reclamo económico y sostenible que no es esclavo del turismo ni de las ocurrencias del político de turno.
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