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Hace dos meses y medio se inició una huelga en la Atención Primaria porque el Gobierno de Cantabria se negaba reiteradamente a cumplir unos acuerdos firmados con el colectivo médico en el año 2019, que a su vez derivaban de otros del 2015 también ... incumplidos.
La crisis de la Atención Primaria comenzó apenas iniciadas las transferencias sanitarias cuando nuestros políticos locales asumieron la gestión de algo muy complejo con la alegría de los ignorantes, animados por la lluvia de millones y de puestos de libre designación para su parroquia que traían aparejados.
En un contexto en el que solamente son capaces de identificar Sanidad con Valdecilla, nunca han sabido para qué sirven los centros de salud y además no les dan ningún rédito político porque en los mismos no hay futuristas aparatos de alta tecnología ni instalaciones punteras que inaugurar. El día en que los médicos de primaria permitamos que nos implanten una placa en el pecho que ponga «el doctor x fue inaugurado el día tal por el excelentísimo presidente del gobierno de Cantabria» nuestra suerte cambiará, pero de momento somos gente servicial, que no servil.
Cada médico es responsable de un cupo de pacientes. Cada vez que ese médico se ausentaba, había un sustituto para cubrirlo, pero los recortes presupuestarios obligaron a esos médicos a irse, a cursar otra especialidad o a trabajar en otros sectores.
En ese momento la solución fácil que ideó la Administración fue que, como éramos un equipo, cada médico tendría que hacerse cargo de los pacientes del médico ausente, además de los suyos. Gran falacia porque el concepto de equipo consiste en que el médico trabaja con enfermeros, matronas, trabajadores sociales o fisioterapeutas, pero eso para nada implica que tenga que hacer el trabajo de dos.
Al mismo tiempo se nos empezaron a poner cada vez más trabas para derivar a los especialistas hospitalarios a aquellos pacientes que lo requerían mientras se nos volcaba gran parte de la burocracia de los mismos. De esta manera pasamos de ser puerta de acceso al sistema a muro de contención.
Esto, de forma gradual, llevó a que poco a poco nuestras agendas se fueran colapsando y se empezaran a generar listas de espera, pero nuestros dirigentes sanitarios ya tenían la solución. Forzar los pacientes como falsas urgencias cambiando además la definición de la misma. De ser una situación de riesgo vital pasó a llamarse urgencia a todo aquello que el paciente siente como tal. Toda una perversión y una injusticia para quien realmente nos necesita, que ve cómo se retrasa su cita y se recorta el tiempo que le podemos dedicar.
Todo este entramado eufemístico de falsas urgencias/indemorables ha permitido a los gestores sanitarios, que son los únicos responsables de poner los medios necesarios y suficientes para dar una asistencia de calidad, transferir dicha responsabilidad sin despeinarse a una parte de sus empleados, los médicos, de tal forma que, por ejemplo, en un centro de salud con quince mil pacientes y una plantilla teórica de diez médicos, con sólo tres en la práctica se obliga a estos a asumir la carga de los otros siete.
A pesar de ello, las consultas médicas se han triplicado en los centros de salud cántabros entre el año 2019 y el 2021, algo completamente inasumible con la plantilla actual.
Es evidente que esta sobrecarga está teniendo efectos muy perniciosos sobre la salud de los ciudadanos porque, sin tiempo, la asistencia que podemos prestar a nuestros pacientes es muy deficitaria, amén de haber renunciado por completo a algunos de los pilares de la atención primaria como son la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad.
Esto llevó a la huelga, donde uno de los puntos prioritarios era el reconocimiento de que el médico no puede atender sin límite sino que tiene una jornada laboral en la que puede ocuparse de un número máximo de pacientes con un mínimo de calidad, de ahí los famosos treinta cinco, simplemente porque no caben más.
Quedó claro que el médico es un recurso, que se agota con el paciente 35 y que a partir de ahí son los gestores sanitarios los que tendrán que buscar las soluciones dejando de traspasar la responsabilidad al profesional que ya ha cumplido con su carga de trabajo asignada.
Para hacer esto viable los médicos hemos puesto mucho de nuestra parte para aliviar la situación en todo lo posible, aceptando unas agendas excesivas y sin margen de maniobra pues las recomendadas no deberían superar los 25 pacientes, un tiempo de atención directa que supera las seis horas diarias cuando el límite es de 4,5 a 5 horas, una jornada laboral semanal de 37 horas cuando en el resto de empleados públicos es de 35 y, por si esto todavía fuera poco, dos tercios de los médicos han aceptado hacer horas extras por las tardes.
A pesar de ello nuestros políticos siguen sin cumplir sus compromisos, incapaces de administrar adecuadamente todos los recursos que ponemos a su disposición y volveremos a movilizarnos si es necesario porque el sistema no aguanta por más tiempo unos gestores así.
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