En los dolorosos meses pasados en que nos han sobrecogido las duras imágenes ocasionadas por los desbordamientos de ríos, imágenes que se repiten con demasiada frecuencia no sólo en Cantabria y España, sino también en todo el mundo, y que vemos con asiduidad en nuestras ... pantallas, tengo la penosa impresión de que, en general, no miramos hacia atrás, que no aprendemos del pasado o que orgullosos de nuestra capacidad pensamos que podemos superar lo que las generaciones anteriores no pudieron realizar.
Con información obtenida en obras que pueden consultarse con facilidad -José Antonio del Río en 'La provincia de Santander considerada bajo todos sus aspectos. Efemérides' (1889), Tomás Maza Solano en 'La Revista de Santander' (1931) y María del Carmen González Echegaray en 'Toranzo' (1974)-, voy a recoger en el pequeño resumen que permite un artículo, datos que se conocen por documentos públicos, crónicas de su tiempo o testimonio literarios posteriores referidos al valle de Toranzo hasta el siglo XIX.
Cronológicamente, el más antiguo figura en una escritura fechada en Alceda en 1396 ante el notario de Villasevil, recogida por Escagedo Salmón, en la que se hallaron presentes 'hombres buenos' de Alceda y el prior y un canónigo de la Colegiata de Santillana, por pertenecer a esta Abadía, en dos tercios, la iglesia de San Pedro de Alceda, que había sido llevada por las aguas y que se pretendía reconstruir.
Toranzo padeció en septiembre de 1730 la inundación más trágica, en la que perecieron 69 personas
En 1582 don Leopoldo A. de Cueto, marqués de Valmar, imprimió en Sevilla un pliego poético motivado por la gran avenida de agua que el 10 de septiembre de 1581 inundó el valle de Toranzo y numerosos pueblos del norte de Burgos. Este pliego le dio a conocer Maza Solano en la recién nacida «Revista de Santander», que él dirigía, por la circunstancia de haber padecido nuestra región trágicas inundaciones el 3 de julio de ese año. Según Del Río, Toranzo padeció el 8 de septiembre de 1730 la inundación más trágica ya que perecieron 69 personas, independiente de numerosísimos daños materiales. Por él conocemos que en Bejorís se conservaba una exposición hecha al rey en la que se describía este suceso y se le solicitaba la exención de todo tipo de tributos, al menos durante veinte años, y «la limosna que sea de su agrado, para reparar semejantes quiebras, pues de otra forma se hayan precisados la mayor parte de sus habitadores a dejar la tierra que ya algunos han ejecutado por necesidad, lo cual esperan los suplicantes del piadoso real ánimo de V.M.». Lamentablemente, siete años después, una nueva avenida superó en tragedia y daños la precedente. Perecieron 93 personas. Destruyó 74 casas, la iglesia, cinco ermitas, tres ferrerías, cerca de cien molinos, 18 puentes y 22 pontones. Debía aún el valle, desde el suceso de 1730, «por ciento y millones» y se los perdonó el rey y, además, declaró el valle libre por doce años.
El hombre intenta vivir junto a los ríos a pesar de que si se desbordan ocuparán el territorio por donde anduvieron
Por la efeméride de Del Río del 19 de agosto de 1834 conocemos que «la lluvia caía de tal modo en Santander y en toda la provincia desde el día anterior, que parecía que se había desatado algún nudo de las nubes y que los depósitos del agua pluvial del mundo entero se hallaban sobre nosotros». Hubo daños importantes en los valles de Iguña, Torrelavega y Piélagos, pero seguimos en Toranzo. M. Ruiz de Salazar, médico director de los balnearios de Ontaneda y Alceda, de la Real Academia de Medicina, publicó en Madrid, en 1850, la obra 'Descripción Geográfica y Topográfica del Real Valle de Toranzo en la Provincia de Santander' en la que da noticias detalladas de este suceso, en ocasiones narrado con resonancias apocalípticas, pero sin duda ilustradoras. Unas muestras: «A las doce de la mañana se oyó, cual si saliese del centro de la tierra, un ruido sordo, parecido al de lejanos y prolongados truenos. En los primeros instantes se creyó que hubiese principiado en las cercanías alguna batalla sangrienta; juicio tanto más fundado cuanto habían ya comenzado entonces los horrores y desastres de la guerra civil. A la una de la tarde empezó a llover furiosamente. Tan pronto como dio principio la lluvia, empezaron a salir de junto a las cúspides de las más altas montañas y de sus laderas espantosos torrentes de aguas, que vomitaban de sus entrañas piedras enormes y asombrosa cantidad de guijo, dejando después fuentes donde no habían existido. ...y el humilde Pas parecía haberse transformado en espantable mar embravecido (...) Las rápidas corrientes arrancaban de cuajo y deshacían en un instante edificios de diferente magnitud, cuyos materiales quedaban envueltos en horribles torbellinos confundidos con gran número de personas y animales de todas clases, puentes, árboles, heredades y frutos, todo iba quedando destruido y desaparecía cual leve arista al furioso embiste de aquella bramante tempestad».
Somos conscientes, por el poder de las imágenes que contemplamos con demasiada asiduidad, de la fuerza de los fenómenos naturales y sabemos de la repetición de estos sucesos; pero el hombre siempre ha intentado vivir junto a los ríos por la fertilidad del suelo, por la belleza del paisaje, por la facilidad del trazado de los vías públicas, por el aprovechamiento de su energía, por la necesaria construcción de puentes, por... y siempre a sabiendas, y a pesar, de que el río si se desborda va a ocupar el territorio por donde anduvo con anterioridad. El dolor que llega escondido en el ruido de las aguas torrenciales no admite medida y la destrucción causada por cada riada tiene un gran coste económico.
La pregunta de un lego; mi pregunta es: ¿no sería mejor si se pudieran evitar en el futuro algunos de los posibles previsibles daños actuando ahora con una generosa y constante política de prevención de cuya carencia estamos oyendo permanentemente quejas?
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