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En Alemania venimos observando cómo las fuerzas más centradas realizan «grandes coaliciones» para evitar que la agenda pública quede marcada por las propuestas más extremistas. Todos asumen que esta colaboración, al reducir la diferenciación y competición connaturales a una democracia, tiene sus costes, pero también ... se aprecia que los costes de las situaciones radicales serían aún mayores.
Esto en España no es posible y conduce, lógicamente, a la preponderancia de los extremos en el sistema político. Sin CUP no hay Torra. Sin Vox no habría alcalde popular en Madrid. Sin Bildu, gobierno socialista en Navarra. Sin ERC, JxCat y Bildu ni siquiera hubiera habido Sánchez en mayo del año pasado. Sin ellos y sin Iglesias tampoco ha habido investidura en julio ni septiembre, y vamos a votar ahora otra vez.
De ahí la grave responsabilidad que recae sobre Albert Rivera. Tenía escaños para que el país rompiera esa dependencia de los extremos. Sin embargo, además de que Sánchez tampoco tuvo mucho interés en lo que no fuera o un trágala de Podemos o una repetición electoral, el propio líder naranja se lo puso muy fácil, al no ofrecer la fórmula más razonable: 180 escaños para una coalición de cuatro años, con programa económico moderado y defendiendo la Constitución en Cataluña. Ese gobierno semafórico rojo-naranja hubiera quitado de golpe todo su poder a las minorías radicales. Que no se haya siquiera intentado ha sido una desgracia para España. Y no les debería salir gratis a los dos posibles socios, porque algún mensaje hay que hacerles llegar sobre nuestro mosqueo cívico. Cuando los cirujanos no se hablan, el paciente queda en manos de los curanderos.
Para Cantabria ha sido lamentable. La economía regional con peor marcha desde hace un año y medio. Un Gobierno en funciones que ha retenido seis meses los 130 millones de euros que nos debía para servicios esenciales. Promesas que no sirven de nada porque quien promete no hace. Aplazamiento de todas las decisiones importantes (pero no de los sueldos que perciben quienes cobran por tomarlas). Escepticismo a raudales y, en general, una sociedad orientada hacia el puro sálvese quien pueda de cada individuo y colectivo. Y como nadie cuida lo de todos, la 'tragedia de los bienes comunes', que describió el ecólogo Garret Hardin hace ya medio siglo en 'Science', nos sigue rondando. El voto es una inversión personal; el conjunto del voto es el destino de todos. Un pueblo que lleva cuatro elecciones en cuatro años no puede presumir de inversor sabio.
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