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Sistole y diástole. Inspiración y expiración. El travelling inaugural avanza por un pasillo hacia la luz y el último es su contrario. Scorsese bombea la sangre de su talento entre la contracción y la contención y, después, deja que fluya y emane de sus personajes – ... familiares, intensos, primarios y complejos-, toda la sabiduría visual de su cine a través de un bucle monumental y crepuscular. 'El irlandés' es crónica, documento, especulación, indagación y retrato, pero,sobre todo, una historia sobre la condición humana donde supervivencia, traición, amistad, fidelidad, devoción, aniquilación, poder y ambición configuran el magma soterrado y superficial. El caudal del sistema del sueño americano en el que subyace la gangrena de una herida llamada Mafia que nunca cicatriza del todo. Y el cineasta de 'Infiltrados', esta vez contenido, sobrio, más elegante que nunca, exuda su impresionante catálogo estilizado para hurgar en los entresijos de ese submundo al que destila todo su glamour para mostrar la árida, primitiva, soez y vulgar camadería cuya única filosofía es la de la liquidación y el miedo, la corona de espinas y el trono efímero.
'El irlandés' es la vuelta de tuerca de 'Uno de los nuestros', la inmersión seca y sin poética de 'Erase una vez América' de Leone. El director de 'Malas calles' encadena conversaciones y diálogos de un shakespeare callejero y de barrio, jocoso muchas veces, donde asoman ángeles y demonios maniáticos, obcecados, vulgares, siempre sujetos a un código de límites y fronteras.
El filme se mueve entre dobleces, desdoblamientos, situaciones esquinadas, factores solapados, un sinuoso cúmulo de trayectos que, en un abrir y cerrar de ojos, recorre buena parte de la historia estadounidense del siglo XX y sus personajes y hechos mediocres, simbólicos, mediáticos, circunstanciales… Scorsese pone la cámara en el enigma, de Kennedy a Jimmy Hoffa, pero sin perder nunca su paseo por el poder y la muerte a través de lo turbio y lo criminal.
'El irlandés' es un reloj de arena que oscila entre verter la arena hacia un lado u otro. Una construcción temporal edificada en un retablo de encuentros y muertes. Una redención sin expiación, vertebrada por la confesión de un sicario desde su residencia de ancianos, y por un viaje hacia Detroit que se convierte en el verdadero itinerario al fondo de la Mafia. Pero al margen del fugaz rejuvenecimiento digital de algunos personajes (algo casi anecdótico), la verdadera celebración es la posibilidad de ver a este Scorsese esencial, fúnebre, que levanta una elegía global, coral, austera y sutil, apoyada en el canto de tres actores sublimes y muchas otras miradas y silencios, casi todos femeninos. Cine clásico y puro que, como el último plano de su magistral película, deja la puerta entreabierta a la incertidumbre audiovisual y a una ceremonia existencial que llamamos 'ir al cine'.
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