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El comunismo está de regreso. El hecho de que la número tres en la jerarquía del Gobierno de España sea militante del Partido Comunista no genera las susceptibilidades de antaño. A unos gusta, a otros disgusta, y a la mayoría suscita indiferencia. Pero sí ... posee cierto valor de signo. Se deriva de una previa representación parlamentaria, la cual a su vez surge de las urnas. Y hay muchos hogares en España, no la mayoría, pero sí una minoría respetable, que estiman que políticas de remota inspiración comunista responden mejor a sus necesidades vitales. Lo mismo que una parte de esos hogares puede llegar a creer que son más bien políticas de inspiración muy nacionalista las preferibles. Sucede aquí y en toda Europa.
Sería un milagro que no surgiera una cierta nostalgia del comunismo en una juventud precaria; con problemas de empleo y sueldo; de vivienda y formación del hogar; de incertidumbre en el futuro; de descrédito de la fraseología políticamente correcta y el «hoy no, pero mañana sí».
Hace apenas diez días, un artículo de fondo en The Guardian explicaba que los 'millennials' (nacidos entre principios de los 80 y mediados de los 90) y la 'generación Z' (la siguiente) dan la espalda al capitalismo y la bienvenida a soluciones más a la izquierda. Diversas encuestas a ambos lados del Atlántico revelan esa recuperación reputacional del modelo 'socialista' (por el cual la mayoría entiende no tanto la socialdemocracia como un estatalismo tecnocrático). El Partido Comunista ha sido el único que ha incomodado a Putin en las recientes elecciones rusas. Y la potencia mundial emergente es dirigida monolíticamente por el Partido Comunista Chino.
Por tanto, en el menú de la transformación social están el comunismo y/o el nacionalismo extremo como alternativas a una gestión incorrecta de ese cambio por parte de fuerzas democristianas, liberales o socialdemócratas. La fragmentación del Parlamento cántabro tras crisis económicas, en 1995, 2015 y 2019, supuso así el reflejo local de fenómenos de mucho más alcance geográfico. El comunismo ha llegado a la calle Alta en esos dos momentos de castigo socioeconómico: tras la recesión de 1993-1994 y tras la lamentable doble uve merkeliana de 2010-2012. (Siempre hay un desfase temporal en la mentalidad del electorado respecto de los eventos económicos; el público necesita tiempo para interpretar y tomar posición).
Por ello el que Podemos y el comunismo institucional, una vez elegidos, decepcionen, como ha ocurrido en Cantabria, tiene su efecto, porque las demandas sociales sin encauzar se desvían a otras opciones populistas, falsas soluciones de «aquí te pillo, aquí te mato». Y el principal problema en la política como medicina es lograr que el paciente vaya al médico y no al curandero.
Esta reversibilidad del comunismo como la manga de una gabardina se ha extendido al declinante catolicismo. La petición pontificia de perdón a los mexicanos por la actitud de la Iglesia en la conquista española de aquellas tierras quizá no sea para tanto. Pero el planteamiento en sí puede ser como añadir a los misterios teológicos otros específicamente históricos. México debería empezar por pedir perdón a sus propios ciudadanos por el incomprensible descontrol de la natalidad que es la causa y razón del desbarajuste de país. México se ha dedicado a traer mexicanitos al mundo y a bombearlos después por millones al norte de la frontera, a los infrabarrios urbanos o a la muerte juvenil en los círculos de violencia que llenan las crónicas de sucesos cotidianos.
Entre 1950 y 2010, aproximadamente, la población de México se multiplicó por 4 y solo pudo mantener su PIB por habitante en cifras parecidas a costa de expulsar millones de personas a los Estados Unidos, pues, si no, este indicador hubiera incluso descendido. Ni siquiera una economía desarrollista vecina de la primera potencia mundial y disponiendo de petróleo podía seguir el ritmo a las comadronas. Si a esto le agregamos la desigualdad territorial y social en la distribución del ingreso, está muy clara la principal causa de problema social en México y no es de hace quinientos años, sino de hace quinientos meses. En el mismo periodo, Canadá multiplicó la población por 2,4 y su PIB per cápita por 3,6. Quiere decir que para mejorar la situación de los hogares no hizo falta echar canadienses de su propio país.
¿Qué autoridad se disculpará por no haber dicho a los mexicanos lo que el Papa en cambio sí advirtió a los filipinos en 2015: «No es obligatorio reproducirse como conejos para ser buen católico»? ¿Qué les están diciendo hoy a los feligreses de Guatemala, El Salvador o Nicaragua, naciones de presión demográfica suprema? Es una vieja historia. ¿Se podría desvincular, por ejemplo, el 'baby boom' de la Cantabria alfonsina y franquista de los impedimentos de otrora a la planificación familiar? De haber seguido aquel descontrol, no tendríamos hoy el PIB por habitante que tenemos, o lo hubiéramos mantenido a duras penas, como los mexicanos, expulsando montañeses en masa (algo de eso sucede ahora, en menos escala, con la emigración forzosa de jóvenes cualificados, que desaparecen del censo y del divisor del PIB per cápita).
Considerando que el primer 'grito' de la independencia mexicana lo dio un clérigo, Miguel Hidalgo, en la famosa parroquia de Dolores en 1810, ¿cómo es eso de pedir perdón y en qué dirección? Hay, pues, un catolicismo reversible que, tras haber convertido a un continente entero, pide perdón por los poco cristianos métodos de la cristianización. Pero, aunque en México estuviesen mejor con Huitzilopochtli y los sacrificios humanos que con la Virgen de Guadalupe y encender una vela, la cosa ya no parece reversible. ¿O alguien sostiene que sería deseable?
En el caso del comunismo reversible, tenemos un enorme déficit de ilustración histórica. La gente joven puede llegar a pensar que Stalin fue «un tío guay». En el del catolicismo reversible, el proceso es el inverso: un exceso de 'lejanismo' que impide concentrarse en los problemas del presente. Hay que ajustar el periscopio historiográfico un poco más, para luego no llevarse sorpresas sociológicas. El comunismo se ha puesto de nuevo la cola de sirena.
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