ARCO y las tacitas

Hay otro público que no interesa tanto a mis amigas sofisticadas. Es el que paga tres euros por visitar el Museo Nacional de las Artes Decorativas de Madrid (70.000 piezas en sus fondos), gente corriente que se asombra ante una sucesión de preciosidades barnizadas por la historia, expuestas en estantes y vitrinas que les recuerdan a los aparadores de sus hogares.

Si fuéramos casa por casa de nuestros parientes recogiendo adornos, podríamos montar un museo familiar que ríete tú de las 150.000 piezas del Musée des Arts Décoratifs de París. Se expondrían las tacitas de Macao de mi suegra, que muestran el busto de un chino al trasluz, o el santón hindú que preside el aparador de casa de mis padres como si fuéramos una familia devota de Brahma el Creador, Shiva el Destructor y Vishnu el Preservador. Una de las finalidades de ARCO es fomentar el coleccionismo, algo que nuestras madres y suegras llevan años haciendo. El problema es que luego nos donan sus colecciones y nosotros, que no tenemos almacenes ni ferias, no sabemos qué hacer con tanta taza y tanto santón.