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La conmemoración del Día de la Victoria de la URSS frente a la Alemania nazi se anunciaba inquietante como el momento elegido por Vladímir Putin para celebrar un triunfo definitivo en Ucrania, declarar la guerra con la movilización de reservistas o dar paso al empleo ... de armas nucleares tácticas. Nada de eso ocurrió ayer. El autócrata del Kremlin volvió a apropiarse de tan señalada fecha haciendo de su régimen la síntesis entre el pasado soviético y el poder acumulado tras su caída, y reduciendo el sacrificio que entre otros realizaron millones de ucranianos al blandir la bandera rusa. Aunque esta vez renunció a justificar la pretendida invasión de Ucrania por el nazismo y el genocidio que encarnaría el Gobierno de Kiev para ofrecer la enésima versión de su sinrazón: que Occidente atacaba a Rusia en el territorio que considera propio del Donbás y Crimea.
Las dictaduras no necesitan argumentos probatorios para explicar la inevitabilidad de sus actos, por crueles que sean estos. Los portavoces del Kremlin van desgranando sus supuestos motivos en la seguridad de que la mayoría de sus súbditos no osarán mostrar públicamente su escepticismo y mucho menos su oposición a una «operación militar especial» de la que Putin insistió ayer en que proseguía sobre los planes previstos. El mensaje no resultó precisamente victorioso. Pero vino a dar por sentado que el Donbás forma parte de la «tierra rusa». Como si, ante las dificultades por hacer efectiva su ocupación por la fuerza, Putin volviese a dibujar una patria expansiva por naturaleza, de manera que toda resistencia a sus pretensiones se convierte en agresión.
El régimen de Moscú es un sistema sin contrapesos, capaz de hacer un uso ilimitado de la anulación de derechos básicos y de la falacia. Ayer hizo desfilar por la Plaza Roja ingenios a los que se les supone una capacidad destructiva atroz, pero que parecían inermes. Ucrania, los aliados de la OTAN y de la UE están poniendo en evidencia el poder militar ruso. Será muy difícil que el Kremlin pueda alcanzar una victoria significativa e irreversible sobre Ucrania, a la que Putin ni siquiera nombró, aunque, en contraste con la endeblez de su jactancia armada, Rusia se está mostrando más correosa ante las sanciones económicas porque los países democráticos siguen siendo en mayor o menor medida dependientes de sus fuentes de energía. Pero la ventaja rusa irá desvaneciéndose a pesar del oportunismo doméstico al que se aferra su líder.
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