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España cuenta desde hace años con un organismo, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), que es el principal sustento informativo del ciudadano (y del ... ciudadano periodista) frente a los «vendemotos» de la política presupuestaria. Sus expertos acaban de pronunciarse sobre Cantabria, el cierre previsible de este año 2019, y lo que cabe esperar para 2020. Y su análisis confirma el descreimiento ante los mensajes oficiales. Incluso con los enormes recortes de programas sociales e inversores que sobre la marcha ha realizado el ejecutivo en los últimos meses, la región termina este año desequilibrada, lo que incrementará su deuda. Y para 2020 los ingresos no subirán tanto como afirma el Gobierno regional (un 6% y no un 9%), y los gastos lo harán un poco menos (un 3% y no un 4%), pero, naturalmente, esto supone que la diferencia de crecimiento entre ingreso y gasto no será un +5, sino un +3. Por eso la AIReF señala que el objetivo de déficit cero para el año que viene tiene ahora mismo visos muy precarios de cumplimiento, que es su manera eufemística de advertir que no se cumplirá.
Los gastos de personal y estructura se comen los gastos de inversión en una época de enfriamiento económico. Esto no tiene sentido, ni productivo ni ético. Cantabria no necesita que el aparato autonómico suba de precio, sino que inyecte más futuro creando stock de capital físico o inmaterial. El presidente de la AIReF, José Luis Escrivá, propuso recientemente ante el Consejo Económico y Social nacional dos ideas muy interesantes. La primera, que la inversión debería dejarse fuera de las estrictas reglas de estabilidad presupuestaria, para evitar que sea la sempiterna víctima de los ajustes. (No ella, sino el porvenir mejor que ella daría a luz. No se recortan inversiones sin recortar futuros, oportunidades, vidas).
La segunda idea es que la inversión no debe obsesionarse con las infraestructuras materiales, sino orientarse a lo intangible, como la innovación. Esto ha tenido algunos pioneros en Cantabria, como en su día el rector Federico Gutiérrez-Solana con su programa de centros universitarios de investigación, que concitó el apoyo de todas las fuerzas políticas y de agentes de relieve como Emilio Botín. Indudablemente hay también una cuestión que es el capital-conocimiento de las personas: habilidades lingüísticas, digitales, creativas, conductuales, analíticas. El sistema educativo formal es crecientemente anacrónico: por su tamaño, organización, contenidos y ritmos, apenas puede seguir la velocidad del cambio cultural de la sociedad. No carecemos de polos de innovación pedagógica, incluido el Centro Botín, pero el tono general es de una gran inercia. La conversación gira sobre ladrillos, vacaciones y plazas de funcionario. El resultado lo cuentan las estadísticas de 'ninis', descualificados que ni estudian ni trabajan, y de «sobrecualificados», universitarios empleados en tareas que no requieren mucha preparación.
Pero estos temas no están en el debate regional. Nadie propone sacar la inversión de la jaula de Frankfurt, ni modificar nuestra carta a los Reyes para incluir capital intelectual, ni dejar a los centros educativos un 50% de horas libres para innovación pedagógica. Y así el futuro nos envía un email donde simplemente escribe: «Manos que no dais, qué esperáis».
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Ana del Castillo
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