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Las escalofriantes imágenes de violencia y hostigamiento acaecidas en el IES Torres Quevedo han puesto encima de la mesa el debate sobre el acoso en ... colegios e institutos. Escuchando el razonable discurso de Vita, la madre del alumno agredido, resulta inevitable preguntarse desde cuándo soportaba su hijo tan aterradora situación por parte de quienes, se suponía, eran sus amigos y qué mecanismos de vigilancia fallaron para que un alumno que necesita un cuidador a su lado permanentemente no lo tuviera en ese momento. Relataba Vita cómo, al igual que en cualquier situación de violencia, las agresiones no empezaron de la noche a la mañana. Un día es un insulto; al siguiente, un empujón; más tarde, un grito cerca del rostro y, para finalizar, una cobarde agresión física que culmina con la grabación de tan vergonzantes imágenes. No satisfechos con ello y para infligir un doble sufrimiento, el vídeo se envía al móvil del agredido con el único objetivo de recrearse en la humillación.
Conmocionada por tamaña injusticia, la sociedad pide la cabeza de los agresores. Y, sobre todo, todas las familias se ponen temerosas frente al espejo de su propia vulnerabilidad, al imaginar que algo similar pudiera llegar a sucederles a sus propios hijos.
Por más que desde siempre se haya señalado al bajito, jirafa, flaco, gordo, miope, amanerado, empollón, pelirrojo… al diferente, en definitiva, los tiempos han cambiado. Las redes sociales provocan que el acoso no se ciña a las aulas y se perpetúe las veinticuatro horas. Los centros educativos, por norma general, son muy sensibles ante estas situaciones y abren protocolos en cuanto tienen conocimiento de alguna circunstancia de este tipo.
Sin embargo, muchos adolescentes también conviven con ese otro acoso de baja intensidad, casi siempre sutil, que viene aparejado con el aislamiento intencionado fuera de las aulas: una no invitación a un cumpleaños o plan grupal, el bloqueo en un grupo de whatsapp… hechos que trascienden las paredes del centro escolar y herramientas de la propia Administración. Ahí es donde debieran entrar otros protocolos: los familiares. Quizás un poco más de diálogo entre los propios padres ahorraría situaciones tan angustiosas. Anticiparse al sufrimiento es la única manera de evitar el dolor.
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