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A medida que uno va cumpliendo años el deporte se convierte en una actividad directamente vinculada al aspecto social. Me explico. Desde siempre he profesado ... amor a la bicicleta. Para cualquier niño supone el primer paso hacia su propia libertad. Por muy pequeño que seas, eres quien decide la dirección y velocidad que imprimes al pedaleo. Vas a donde te da la gana lo rápido que desees, por mucho que los sufridos padres imploren prudencia a pocos metros. Con el tiempo, amplías el radio de salidas, compruebas que es un ejercicio saludable y te permite visitar otros lugares.
En la madurez valoras otros aspectos, como mantener cierta forma física y reunirte con tus amigos los fines de semana. Porque, al final, las salidas se convierten en un rato de charla distendida para compartir confidencias o preocupaciones, además del consiguiente aperitivo en el punto intermedio del recorrido. Pedalear va siendo lo de menos y la compañía, lo que más.
A fuerza de recorrer cada pulgada de Cantabria, uno valora aún más la belleza de nuestra región. Y les confieso que, desde siempre, mi lugar favorito para disfrutar de la bicicleta ha sido y es el Portillo de Lunada, de desgraciada actualidad estos días: ascensión larga, exigente pero no agónica, de cambiante y espectacular paisaje. Un paraíso en cuanto le cae un rayo de sol, pero también una ruleta rusa para los vehículos en los días de niebla y hielo.
Precisamente, los baches y el pésimo estado de la carretera provocan que apenas haya tráfico rodado. Ya ven, el sucesivo abandono durante décadas de las Consejerías ha provocado que Lunada se reconvierta en el destino ideal para ciclistas. «Apenas pasa gente, poco más de cuatro ganaderos», esgrimían los sucesivos gobiernos autonómicos.
Volvemos así a la perversa ecuación de priorizar el número de usuarios –tradúzcanlo a votos– sobre lo que resulta necesario. Por esa misma regla de tres, el Ministerio se llevó en 2019 tres trenes nuevecitos desde Cantabria a Cataluña y ha ejecutado trabajos en zonas más pobladas del país antes, por ejemplo, que el mantenimiento de los Cercanías en Cantabria o la autovía Burgos-Aguilar. Aquello nos pareció igual de mal. Y claro, nos echamos las manos a la cabeza cuando sucede una desgracia para la que existía un remedio: el dinero. Maldita sea una y mil veces.
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