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A nadie se le escapa que dentro de un mundo cada vez más globalizado se antoja muy difícil que una región como la nuestra pueda gozar de cierto predicamento internacional en algún área que vaya más allá del turismo, gracia que le viene concedida de ... serie gracias su emplazamiento. Hemos celebrado elecciones europeas hace una semana y ahora lo que toca es gobernar, gestionar nuestros impuestos de la manera más eficaz. Para empezar, otra legislatura más, no habrá ningún cántabro sentado en el Parlamento europeo.
No es como para rasgarse las vestiduras, desde luego, pero las listas confeccionadas para una única circunscripción y los retrasados puestos que nuestros diputados ocupaban de salida sí ponen de relieve el escaso peso específico del que gozan en los aparatos de sus respectivas formaciones. No hemos de perder la perspectiva. Se ha extendido la sensación de que el mundo se reparte las tareas en función de lo que cada uno sabe hacer: Estados Unidos diseña; China fabrica y Europa legisla. Campeones del mundo en regulación, menos es nada. Nuestro continente es el área del planeta que menos crece en lo económico. Tenemos una sociedad envejecida que recibe unas generosas pensiones, tan merecidas como onerosas. Además, Europa fija impuestos sobre los salarios más altos que sus competidores, lo que penaliza y redunda directamente en el empleo. Y si el futuro es la tecnología, el hecho de que ninguna empresa europea tenga sitio entre las veinte grandes tecnológicas del mundo debería suponer un profundo motivo de reflexión para sus flamantes señorías continentales. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, ahora mismo, los países que formamos la Unión Europea le estamos comprando la IA a Estados Unidos y China, de quien a su vez adquirimos coches eléctricos más baratos y con mayor autonomía. Vamos, que nos está quedando un cuadro precioso.
Hasta ahora, ser eurodiputado era un chollo, una suerte de plácido retiro con privilegios a precio de oro y jornadas de martes a jueves. Europa carece de una hoja de ruta y la Unión, como tal, sólo ha fraguado en un mercado único que, por ejemplo, a Cantabria le ha supuesto recibir suculentas cantidades de dinero a cambio de desmantelar su producción láctea –¿Se acuerdan de las vacas pintas?–. La condición, suscribir una PAC cuyo principal destinatario es Francia.
Tenemos claro que el futuro no existe sin Europa, pero más nos vale que sus señorías diseñen de manera urgente una estrategia común. El resto será seguir subastando el continente por lotes. Eurodiputados, pónganse a trabajar. No hay tiempo que perder.
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