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Los números son aplastantes: 14.000 consultas vistas el año pasado en la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil del Hospital Valdecilla, con 300 nuevos ... pacientes. Desde 2022, cuando dejamos atrás la pandemia, los pacientes en psiquiatría infantil han aumentado más del 6%, mientras que los de psicología clínica se han ido por encima del 38%. Tenemos un problema grave para el que, por ahora, carecemos de herramientas con las que hacerle frente.
Me explicaba esta semana mi querido Baltasar Rodero que, tal y como recoge en 'La ansiedad del esquimal' (Arpa. 2025), la ansiedad, en su dosis adecuada, no tiene por qué ser mala. Hace millones de años, fue la propia ansiedad lo que inspiró el espíritu de supervivencia que permitió a la especie humana sobrevivir a las bestias con las que compartía espacio en el planeta. Solo la ansiedad le salvó de terminar devorado entre las fauces de cualquier carnívoro.
Así pues, ¿si la ansiedad es una reacción natural, igual que la fiebre o el hambre, por qué gozamos de tan poca salud mental? Baltasar sonrió y me respondió con otra pregunta. «¿Has visto la serie 'Cuéntame'? ¿A que parecían más felices en aquella sociedad? Es porque lo que nos devora por dentro es la incertidumbre, la ausencia de certezas», me respondió. «Nuestros padres sabían que empezaban a trabajar en una fábrica o taller y que, con esfuerzo, se comprarían un piso, un coche, tendrían hijos, con suerte ir de vacaciones y salir a bailar. De la misma manera, muchos de nuestros abuelos vivían en el campo, en un entorno sano, con cierta escasez, pero con buena alimentación de productos naturales y una vida en absoluto sedentaria; se sentaban a mirar la hierba y no necesitaban hacer meditación ni 'mindfulness'. A lo mejor no salían de su comarca, pero se sentían seguros y tenían un proyecto de vida pleno de certezas. ¿Cómo no iban a ser más felices?». Empecinados en complicarnos la vida, hemos caído en nuestra propia trampa. No sabemos si tendremos trabajo el mes que viene, si seremos capaces de pagar el alquiler o si llegaremos a casa a la hora de cenar porque ignoramos si hay sitio en la clase de 'spinning' y albergamos serias dudas de entregar a tiempo el proyecto que nuestro jefe nos exige para este lunes. Y, además, no sabemos si podremos ser tan felices como en las series de TV o perfiles de redes sociales que consumimos. No digamos ya de las sensaciones que nos regala el orden mundial. Víctimas de la 'Happycracia', esa obligación contraída de ser felices con tan pocas certidumbres a las que agarrarnos, las dudas nos devoran. ¿Les dije 14.000 consultas? Suban la apuesta, eso sí es una certeza.
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Ana del Castillo
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