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Cuando Santander ardió por los cuatro costados en 1941, lo único que no se quemó, entre escombros y recuerdos, fue la necesidad. El fuego arrasó ... 377 edificios particulares –1.783 viviendas– y buena parte de los incipientes negocios del centro de la ciudad. La sociedad perseguía dejar atrás los años de la cruel Guerra Civil y el fuego no hizo sino añadir desolación e incertidumbre.
Ante tan desesperado panorama y la evidente falta de medios para reconstruir la capital, entre otras iniciativas, se puso en marcha una suscripción a beneficio de los damnificados. La solidaridad, en un contexto internacional tan incierto por la II Guerra Mundial, desbordó las previsiones y se recaudaron más de veinte millones de pesetas, una fortuna –pudieron ser más a tenor de las irregularidades de la época– con un origen de lo más variopinto. Desde las 100.000 pesetas que envió Mussolini, hasta las 30.000 del Papa, Pío XII, pasando por otras cantidades del propio Pétain o las colonias españolas de Argel y Orán. Una de las aportaciones más generosas la brindó México DF, donde los montañeses emigrados formaron el 'Comité de Socorro Pro-Santander' para obtener fondos que resultaron vitales, tal y como recoge el archivo del Ministerio de Exteriores.
Quizás para insuflar esperanza, la prensa hablaba de «una preciosa ciudad satélite de 420 viviendas que comenzará a construirse en Peñacastillo este mismo mes». Otras cabeceras elevaban las previsiones a 1.100 pisos, «añadiendo los del Barrio Pesquero y otros puntos de la villa».
Acostumbra a repetir el admirado historiador Julián Casanova que «no es cierto que la historia se repita, pero siempre rima». Me venían a la mente estas palabras, pronunciadas el pasado verano durante un curso en la UIMP, al hilo del reciente viaje institucional del Gobierno de Cantabria a México para recabar inversiones en diferentes proyectos, especialmente el teleférico de Vega de Pas, el Parque de Innovación en Salud proyectado en la Residencia Cantabria y la construcción de pisos en régimen de alquiler. Y, claro, tan buenas intenciones también riman, en este caso, con la posibilidad de edificar viviendas libres en terrenos de PSIR, tal y como recoge el proyecto de Ley de Simplificación Administrativa. Suelo, el último resquicio de patrimonio público, a cambio de dinero. ¿Tan mal estamos como para acudir, otra vez, a la contribución de los montañeses mexicanos? Me temo que el mariachi suena esta vez a otra cosa que más bien parece una subasta. Veremos.
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