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No recuerdo el día en que me entregaron aquel folio impreso por una sola cara. Contenía una larga lista de parámetros que el médico especialista, tras pasar consulta en el hospital, deseaba chequear en la próxima revisión, seis o siete meses más tarde. Por aquello ... de ser aplicado, raro en mí, acudí inmediatamente al centro de salud para solicitar la correspondiente analítica.
«Aún no hemos abierto agenda para ese día», me respondieron. «Llame por teléfono el mes que viene y le daremos fecha». Así lo hice, poniendo inmediatamente una alerta en el móvil para acordarme de que dentro de medio año debía acudir en ayunas para la preceptiva extracción de sangre.
Ignoro cuántas cosas suceden en mi vida durante medio año de existencia; las mismas que en su caso, imagino. Hagan cuentas. La cuestión es que el día de la analítica llegó. Madrugón en ayunas, espera en la calle hasta la apertura del centro de salud, animada charla con los groupies del Sintrom sobre la breve esperanza de vida de los tomates ante la inoportuna niebla de julio, un par de lamentos por tres potros comidos por el lobo en Cabuérniga… lo habitual, vamos.
Llegado mi turno, con las mangas de la camisa arremangadas y el antebrazo por delante para el descabello sanitario, se me ocurrió decir que no había llevado el papeluco impreso por una cara que medio año atrás me habían facilitado en el hospital. El gesto de la enfermera vaticinaba la catástrofe. «Sin el volante no puedo hacerle la analítica», me dijo torciendo el gesto y mirando hacia el siguiente de la fila. «Hombre, lo podrán mirar en mi historial», aduje mostrando la tarjeta sanitaria. «Imposible. Si la analítica la ha pedido el especialista, nosotros no tenemos acceso a la prueba solicitada. Encuentre el papel y vuelva a pedir cita ¡Siguienteee!». Fin de la conversación, abajo las mangas de la camisa y, a trabajar, en ayunas y con cara de gilipollas. Así estuve todo el día, dándole vueltas a cómo es posible que a estas alturas en que con un simple click la Administración lo sabe todo de mí –las bases de datos de Hacienda y Seguridad Social son el mejor ejemplo– sea imprescindible acudir con un papeluco a mi centro de salud porque sin esa cuartilla es imposible solventar un trámite tan básico como una analítica de sangre. Va a ser que lo de la simplificación administrativa ni es simple, ni atañe a la Administración, por ahora.
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