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La dinámica es común y no existe excepción alguna. Al anuncio de la medida le sucede el ruido con los consiguientes debates interesados. Tras años de sesudos estudios sobreviene la implantación de la norma. Meses después la controversia desaparece como por arte de magia y ... la sensación es de alivio y satisfacción general porque la incertidumbre se ha evaporado. No falla. Sucede en todos los lugares donde las autoridades municipales apuestan por peatonalizar espacios públicos para dotar al peatón de mayor amplitud y aceras más anchas.
La peatonalización no es una ocurrencia de las obtusas autoridades europeas. Se trata de una necesidad que otorga a pueblos y ciudades una mayor calidad de vida. Es más, en muchos casos puede que se trate de la última oportunidad para el comercio de proximidad. Me refiero a todas esas tiendas que durante un tiempo dieron vida a multitud de barrios, antes de conformar el ya tan familiar paisaje de locales cerrados donde el 'Se alquila' se ha convertido en letanía urbana. Compramos y consumimos en tiendas de ropa, zapaterías, pastelerías, librerías… en la medida en que podemos acercarnos a un escaparate caminando a pie. Reducir el ruido crea un ambiente más atractivo para el consumidor. Nadie se detiene ante un expositor cuando viaja en coche y nadie puede contemplar por unos segundos esa camisa o falda con la que darse un capricho; o la portada de ese libro cuyo título promete una gran historia.
El debate no sólo afecta a las ciudades. También a pueblos medianos en donde aparcar en la puerta de la panadería o el supermercado ya no resulta tan sencillo como tiempo atrás. En Santander, por ejemplo, nadie osa discutir que peatonalizar la calle Rubio o ensanchar la acera de Cervantes supuso un claro acierto que ha revitalizado la zona.
El recelo se esfuma y la sospecha desaparece cuando los peatones transitan felices y los comercios observan la cuenta de resultados. Lo complicado, como en tantas cosas, reside en tener la valentía necesaria para abrir el paraguas ante el polémico debate inicial. Y es que, por muy anchas que sean las aceras, no siempre al arrojo y el atrevimiento les gusta salir de paseo.
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