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Es nombrar la palabra y remontar mi memoria a aquella España de finales de los 80. Todo era novedad y asomábamos la cabeza a un mundo exterior que no dejaba de asombrarnos. Ha sido leer 'peonada' en las páginas de este periódico y remontar mi ... mente a aquel gobierno de Felipe González, salpicado por una corrupción sistémica en el campo andaluz. La medida estaba revestida de buena fe: fomentar la contratación de trabajadores eventuales agrarios en Andalucía y Extremadura, jornaleros en paro, facilitándoles así un periodo de trabajo con el que acceder a un posterior subsidio de desempleo. El famoso Plan de Empleo Rural (PER). Sin embargo, hubo personas y ayuntamientos que se aprovecharon de la presunta bondad para comprar voluntades, firmando peonadas y jornadas laborales inexistentes.
Fue uno de los primeros signos inequívocos de que ese espíritu de ayuda universal, para todos y por igual, con escasos filtros de control, es tan bienintencionado como ineficaz. En Cantabria el término se ha resucitado para denominar a las horas extra del personal sanitario en centros de salud y hospitales. Es cierto que la medida, que tal y como leíamos en este periódico le cuesta al Gobierno regional un millón de euros al mes, contribuye a reducir en parte las listas de espera. Sin embargo, no premia al buen profesional que, con amplias dosis de esfuerzo, consigue diariamente sacar adelante su agenda de pacientes. Más bien, le castiga.
La semana pasada un médico, que a la par es amigo, me confesaba lo siguiente, refiriéndose al compañero que ejercía al otro lado de la pared. «Es un fenómeno. Nunca le verás en la cafetería ni alargando la consulta innecesariamente. Es humilde, buen compañero y, con mucho afán, saca adelante la agenda de pacientes todos los días. No ejerce en consulta privada después de salir del hospital y tiene el mismo coche desde hace veinte años. No hace horas extra, así que para él no hay peonadas, pero sí puede haberlas para quien no ejerce la profesión con el mismo celo y argumenta no tener suficiente tiempo para atender a todos los pacientes».
Sería injusto poner en duda la eficacia de todo un sistema compensatorio. Al fin y al cabo, dentro de cualquier colectivo hay buenos y malos profesionales. Pero han pasado treinta años; la Administración continúa careciendo de mecanismos de control y la productividad sigue sin premiarse. Quizás, en algunas cuestiones, no hayamos avanzado tanto como pensamos.
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