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En algunas ocasiones es por la desgana. En otras, la desmotivación provoca tal desorden del manejo del tiempo que hace imposible plantearse la tarea que tenemos entre manos. Hablo de la procrastinación, ese hábito de retrasar las tareas primordiales por otras más entretenidas pero menos ... importantes. Quizás, nuestro frenético ritmo cotidiano, tan sobrecargado de estímulos y recompensas a corto plazo, provoca que todos –yo, el primero– seamos cada vez más procrastinadores.
Hablamos de un rasgo individual que a fuerza de extenderse genera que estemos postergando problemas que han terminado por enquistarse. No sabemos cómo afrontarlos, y mucho menos cómo darles respuesta. «No basta con abrir un expediente, tenemos que dar un paso más y establecer programas en los que se intervenga con los menores, porque es un verdadero problema». Son palabras textuales de la fiscal superior de Cantabria, Pilar Jiménez, pronunciadas el pasado mes de septiembre en el Parlamento de Cantabria, el día en que presentó la Memoria de la Fiscalía correspondiente a 2022. «Algo hay que hacer, porque la situación antes era preocupante, y ahora ya es grave», alertaba. Es más, ponía el foco en que en esos doce meses se habían contabilizado en nuestra región más de un centenar de menores de 14 años que ya cuentan con al menos un delito en su particular hoja de servicios.
Me comentaba un docente, con la perspectiva que le otorga haber dado clase a diferentes generaciones, que está particularmente preocupado por la violencia cotidiana con la que los jóvenes han impregnado buena parte de sus relaciones sociales. No lo percibía tiempo atrás, pero ha terminado por convertirse en moneda de cambio habitual. En broma, te empujo para apartarte; levanto la mano simulando darte un cachete o un puñetazo; te insulto; levanto la voz… hasta que en el momento menos pensado, sin saber muy bien por qué, deja de ser un chiste y tenemos el lío montado.
Atrás dejamos recientemente una 'semana negra' en la que con 48 horas de diferencia varios menores se vieron envueltos en sendos crímenes. Los hechos nos producen tal espanto que nuestra mente trata de apartarlos cuanto antes de la memoria. Bien haríamos todos: familias, administración y comunidad educativa en sentarnos y poner encima de la mesa soluciones urgentes a este problema. El resto será procrastinar y legar a futuras generaciones una sociedad menos amable y de peor calidad en su trato cotidiano.
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