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Ha dejado de ser una mera proyección de futuro para convertirse en realidad. El cambio climático está aquí y ha golpeado con fuerza nuestra puerta. Como parece que andamos algo cortos de entendederas, ha sido necesario poner más de 200 muertos encima de la mesa ... para darnos cuenta de que la Agenda 2030 no es un cuento de 'perrofláuticos', sino una obligación de la que depende nuestra supervivencia.
Podemos enredarnos en la nefasta gestión de la crisis, en que la incapacidad política mata y en la ingente desconfianza que genera la Administración ante tan paupérrimos niveles de diligencia. También, sobre la sideral distancia entre la España oficial y la real, que diría Adolfo Suárez. Pero me temo que las responsabilidades políticas, que también deberán ser depuradas, no nos salvarán el pellejo, por ahora.
Sí lo hará que el Gobierno de Cantabria apruebe más pronto que tarde un audaz Plan Regional de Ordenación del Territorio que tenga cuenta lo que se avecina; el tan cacareado PROT, que vaga como un espectro desde hace décadas por el despacho de los sucesivos consejeros de Obras Públicas. Nadie se atreve a poner el cascabel al gato porque la verdad siempre es incómoda y pisar callos resulta doloroso. Total, sólo han pasado veintitrés años desde que se dictara una Ley de Ordenación del Territorio que no se ha visto plasmada en plan alguno. El actual Gobierno regional se ha comprometido a terminarlo en 2026 para su aprobación en el Parlamento. Por cierto, la realidad climática ha cambiado mucho en veintitrés años. Crucemos los dedos.
Tengo mis dudas, razonables, sobre si la Ley del Suelo, que permite la construcción de viviendas unifamiliares en suelo rústico, es la mejor herramienta para la óptima ordenación territorial. Hasta donde me alcanza la memoria, la gestión del suelo se ha hecho en la Comunidad desde una prioritaria perspectiva avariciosa y los ríos, que a lo largo de la historia han conformado los valles de esta Cantabria nuestra, siempre han terminado viniendo, antes o después, con la escritura de propiedad debajo del brazo. Eso, por no hablar de la más que discutible protección del litoral, cuyo terreno también sufre –y más aún que sufrirá– daños considerables provocados por la erosión y el aumento del nivel del mar. La pregunta es si habrá que poner más muertos encima de la mesa antes de apostar por un remedio sostenible definitivo. Avisados estamos, desde luego.
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