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Hagan la prueba. Se meten en una habitación con, pongamos, veinte adolescentes. De los de ahora: sudadera y pantalón ancho, ellos; pelo suelto y top de lana, ellas. A primera hora, sin haberse sacudido el sueño, tratan de explicarles la célula y su funcionamiento que, ... dicho sea de paso, a la mayoría le importa un pimiento porque lo único relevante es el aprobado a final de curso. Después siguen con Machado, 'Campos de Castilla' y el «doble espejismo, porque si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez».
Más tarde les ofrecen una ración de polinomios y terminan con el mapa de las provincias españolas, no vaya a ser que se repita el disgusto de ayer, cuando Daniel, que pasaba por ser uno de los alumnos más aplicados, situó Cuenca en la costa de Andalucía y Guipúzcoa en el Pirineo catalán. Y, claro, ante tan embriagadora seducción, les pide por trigésimo octava vez que se estén quietecitos, no griten y que Menganito no atice al alumno de delante, a quien esta mañana, con los ojos aún abiertos como mochuelos, le ha dado por ir al baño a fumarse un canuto para hacer más llevadera la jornada.
Ya en la Sala de Profesores aprovechan para rellenar un informe de Atención a la Diversidad que, de antemano, saben que nadie va a tomarse la molestia de leer en la Consejería de Educación. Se meten en la antediluviana Yedra para introducir las notas, y cuando acaban, después de que la plataforma se haya colgado en cuarenta y tres ocasiones, ya si eso, le explican al padre que ha venido con evidentes muestras de cólera, por qué debe pagar la multa del Banco de Recursos, puesto que su hijo, un angelito de metro ochenta, ha destrozado y dejado inservibles los libros que le prestaron hace cuatro meses para que la familia no tuviera que realizar desembolso alguno.
Venga, y mañana repiten, otra vez: la célula, Machado, el doble espejismo, Cuenca y una madre, esta vez con los brazos en jarra, preguntando a ver qué hace con la criatura en casa durante las próximas 48 horas si le requisan el móvil en el instituto.
Pero no se preocupen los profesores. Al fin y al cabo, cobran el sueldo que a cualquiera que reciba menos le parecería razonable por realizar su mismo trabajo y tienen unas vacaciones cojonudas. Es más. ¿Cómo conciliamos los demás si ellos se marchan a casa a mediodía? Claro que su propia conciliación les compete solo a ellos. Mira que tener hijos y familia teniendo a estos veinte angelitos todos los días en el aula para ellos solos. ¿De qué se quejan?
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