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Sigo percibiéndolo como un momento de íntimo placer. Un ritual que comienza con el instante en que compro el periódico en el quiosco, me siento en una cafetería el domingo por la mañana y desayuno mientras leo, con más pausa de lo habitual, qué sucede en el mundo que nos rodea. Me detengo en los párrafos que captan mi atención; admiro la expresión o estilo narrativo de este o aquel compañero y me formulo el porqué de cualquier noticia.
Abrir un periódico –de papel, se entiende– es disfrutar de una obra colectiva en la que muchas personas han puesto lo mejor de sí mismas y volcado su ingenio para explicar, casi siempre con sincera honradez, qué sucede a nuestro alrededor. Es normal que esos ... minutos de sosiego, de lectura tranquila, me sigan pareciendo impagables.
Utilizo a diario internet, también las principales webs y redes sociales. La inmediatez de los medios electrónicos es imbatible, obvio, pero no hay color. Consumir la información de manera ordenada, distribuida por secciones, con un principio y un final, es esencial para interpretar la actualidad. Lo otro viene a ser una montonera de noticias que componen un mapa casi indescifrable.
Todavía me pregunto cómo el sociólogo canadiense Marshall McLuhan pudo predecir treinta años antes de que llegara internet el impacto que la red provocaría en su «aldea global». Cómo no dudó en afirmar, entre otras muchas cuestiones, que lo único que un exceso de información aportaría a la sociedad sería un panorama general de desinformación muy poco edificante. Me sigue pareciendo un drama, una afección común, que la sociedad pierda el sosiego necesario para detenerse, si acaso por unos minutos a lo largo del día, para algo tan sencillo como leer. Lo digo no solo por el deleite de ese momento de íntimo placer, sino por lo que considero una certeza: desde que el papel ha dado paso a lo electrónico nuestra sociedad no es mejor; somos más estúpidos, los bulos se han apropiado del día a día y la calidad de nuestra democracia se ha resentido notablemente. Seré un iluso, pero sueño con que algún día la tendencia se revierta. Sólo el papel nos salvará de la idiotez y la vulgaridad. Si no, estamos perdidos.
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