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La obesidad es una enfermedad sistémica, crónica, recurrente y multifactorial, con más de 200 enfermedades asociadas. Constituye la mayor causa de mortalidad y deterioro de ... la calidad de vida en nuestro medio. Datos de Cohorte Cantabria –con más de 40.000 personas analizadas– muestran que sólo un tercio de la población cántabra adulta tiene peso normal, repartiéndose el resto entre sobrepeso y obesidad.
Gran parte de estas personas se enfrentan, además, a una estigmatización social que impregna múltiples facetas de su vida: laboral, educativa, familiar y sanitaria. Amplios colectivos sociales, incluidos profesionales de la salud, tienen ideas preconcebidas, profundamente arraigadas, de que la obesidad es consecuencia única de la pereza, glotonería y falta de autodisciplina. Malos hábitos de vida elegidos libremente, que podrían revertirse por decisión propia; el clásico «menos plato y más zapato». Nada más injusto, cruel y alejado del conocimiento científico actual. Los medios de comunicación y algunas campañas de salud pública perpetúan estereotipos al atribuir la obesidad a la responsabilidad individual, ignorando los factores biológicos y ambientales que conducen a la enfermedad. Y muchas veces no ocurre por ignorancia, sino por intereses comerciales que, junto a determinantes sociales, marcan profundamente el origen y las consecuencias de la enfermedad. Tampoco los médicos estamos libres de participar en esta discriminación. Con frecuencia empleamos menos esfuerzo en educación sanitaria, adoptamos comportamientos condescendientes, no interpretamos adecuadamente sus problemas, les inculpamos de su enfermedad, efectuamos diagnósticos imprecisos y no ofrecemos el mejor tratamiento posible, recomendando únicamente 'cambio de estilo de vida' consejo inequívocamente condenado al fracaso.
El nivel educativo, la falta de conocimiento sobre hábitos saludables, perpetúa desigualdades y enfermedad. John Burn-Murdoch (Financial Times) muestra que la prevalencia de obesidad en USA comienza a disminuir a partir de 2020, especialmente entre graduados universitarios, inequidad invariablemente unida a la económica. Muchas personas con obesidad experimentan «toxicidad o distress financiero» debido al costo de los nuevos fármacos, eficaces y seguros, pero con disponibilidad limitada por motivos económicos, lo que conduce a altas tasas de subtratamiento y abandono.
Este señalamiento causa daño físico y psicológico: pérdida de autoestima, aislamiento, trastornos de salud mental, empeoramiento de las propias conductas alimentarias, sedentarismo y riesgo de uso de sustancias nocivas. La autoinculpación puede llevar a estos pacientes a ocultar su tratamiento, por miedo a que su entorno interprete que ha optado por el 'camino fácil', acorde con su característica falta de voluntad. Ejemplos históricos de enfermedades con connotaciones morales (infección por VIH o tuberculosis), han demostrado la peligrosidad de estos «linchamientos sociales» que entorpecen su control. Además, la marginación por obesidad no está regulada ni legislada, lo que de forma subliminal traduce que puede ser socialmente tolerada. Es evidente que el oprobio sufrido por las personas con obesidad socava sus derechos fundamentales y es intolerable en pleno siglo XXI.
Es tiempo de actuar. Cada retraso perpetúa el sufrimiento de millones de personas. Es necesario un nuevo relato con base científica, además de respeto personal y social. Un abordaje holístico de la enfermedad, con diseño de programas de prevención y cribado, e implementación de terapias conductuales, farmacológicas e intervencionistas ya disponibles, capaces de modificar de forma drástica su curso, que harán posible el tan cacareado 'cambio de estilo de vida' a otro más saludable. La sociedad, los sanitarios en particular, debemos tratar a estas personas con dignidad, con profesionalidad, absteniéndonos de utilizar imágenes o lenguajes ofensivos o incriminatorios. Hemos de promover iniciativas sociales, sanitarias, incluso fiscales, dirigidas a erradicar este estigma, divulgando los conocimientos sobre regulación del peso y acompañando a los enfermos hasta su empoderamiento y autonomía.
Y las administraciones sanitarias deben plantearse, YA, la necesidad de proveer la mejor atención a los enfermos con obesidad para conseguir ganancia en salud cardiovascular, renal, hepática, respiratoria, mental, reducción de mortalidad y mejora de calidad de vida en todas sus esferas, lo que será beneficioso para toda la sociedad.
Un horizonte prometedor nos aguarda. La conjunción del avance científico, el compromiso social y las políticas de salud pública actualizadas abre la puerta a un mañana en el que la obesidad sea tratada con la dignidad y el respeto que merecen quienes la padecen. Este futuro, exigente, está a nuestro alcance si unimos esfuerzos y priorizamos la salud como un bien colectivo. ¡Hagámoslo posible, juntos!
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