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Hace unos días una viñeta cómica mostraba a una anciana en su hogar pulsando frenéticamente los incomprensibles botones de un moderno mando de televisión hasta lograr desactivar las claves del lanzamiento de cohetes intercontinentales y desencadenar una guerra atómica. ¿Exagerado? No tanto.
Todos hemos adquirido ... utensilios cuyos manuales de instrucciones parecen requerir una titulación de ingeniería electrónica o mecánica. Desde el mando de la ducha hasta la utilización de robots de cocina, pasando por teléfonos inteligentes con programas que nos instruyen sobre cómo conservar la salud, calculadoras de los pasos dados, cintas métricas o lupas de rayos ultravioleta. Hemos introducido en nuestros hogares a un servidor virtual que atiende nuestros deseos sin que tengamos que mover un músculo. ¿Qué puede ocurrir si un día el algoritmo se descompone y la señorita Alexia nos sale respondona o adquiere su propia identidad decisoria?.
Periódicos, radios y televisiones informan constantemente de las virtudes de la Inteligencia Artificial —así, en mayúsculas— que sustituirá nuestros razonamientos y habilidades en un futuro cercano. Algo que hasta ahora relacionábamos con los juegos de ajedrez o los de la PlayStation. Los algoritmos, la realidad virtual, la sostenibilidad y la resiliencia son términos que nos invaden, sin que sepamos muy bien en qué consisten, aunque la susodicha inteligencia artificial está siendo capaz de lograr cambiar la identidad de todo, desde hacer pasar por verdadera cualquier falsedad hasta desnudar a las adolescentes del Instituto. Ahora, los códigos QR (Quick Response) nos remiten al menú de un restaurante o al acceso de una oficina para resolver lo que antes se hacía preguntando al camarero o con una simple llamada telefónica. Al horror de realizar una gestión bancaria o aplicar una deducción en la declaración de la renta a través de internet se añade el componente del posible error por teclear mal un dato y dudar de cómo corregirlo.
El mundo de la inteligencia artificial publicitaria, de momento lo que sí ha conseguido es obtener información de nuestros hábitos comerciales y facilitar las llamadas telefónicas a la hora de comer para ofrecernos las gangas.
Se nos induce a la compra de sofisticadas alarmas detectoras de intrusos, aromas hipersexualizados o suplementos alimenticios que aportan todo tipo de aminoácidos esenciales para nuestra salud, junto a hamburguesas ecológicas de varios pisos o deliciosos fideos japoneses en salsa de soja. Pero la novedad más prometedora consiste en la adquisición de un desfibrilador casero que evitará, según afirman, la muerte de muchas personas aquejadas de hipertensión, colesterol elevado, sobrepeso o diabetes. Junto al producto, como oferta especial, se añade un utensilio para impedir los temibles atragantamientos que puedan asfixiar a niños o ancianos. Y esto es algo irresistible. ¿Cómo vamos a prescindir de un utensilio tan práctico, capaz de resolver una situación crítica? ¿Cómo no lo habíamos hecho hasta ahora? Los vemos en aeropuertos, centros comerciales, oficinas… ¿Por qué no tenerlos tan a mano en nuestro propio hogar, de la misma forma que se dispone del teléfono, la televisión o el microondas?. Desde el momento en que, sustituidas por Wikipedia, desaparecieron las ventas de enciclopedias a plazos, pronto nos ofrecerán, y si no al tiempo, un dispositivo capaz de que cualquiera pueda ejecutar una traqueotomía.
Así que ya saben. Para el próximo cumpleaños de papá, hay que regalarle un desfibrilador en vez de unos calcetines.
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