El valor de las instituciones

En los últimos años, por desgracia, han crecido los casos de usurpación y utilización personal y partidista del poder alcanzado por medios democráticos, pero con talante populista y demagógico. Y también con actitudes dictatoriales. Los casos de Rusia y China se admiten en el ámbito internacional por su gran peso económico, comercial y energético, pero llega un momento de enfrentamiento y colisión, como el que vivimos actualmente en Ucrania y en la pugna entre Washington y Pekín, en el que estamos obligados a clarificar con contundencia nuestra posición respecto a los principios y valores que nos han guiado como democracias liberales. Y ser conscientes del sacrificio que va a suponer mantenerla con la coherencia que exige afrontar el presente y el futuro en el marco de un Estado de derecho.

El atajo del grupo Wagner utilizado durante años por el presidente ruso Vladímir Putin para hacer muchos trabajos sucios sin respetar las leyes y normas más básicas le ha explotado en la cara. En Ucrania y en algunos países de África, los mercenarios liderados por un personaje nada recomendable como Yevgueni Prigozhin han cometido todo tipo de asesinatos, torturas y actos deleznables bajo la impunidad otorgada por el conglomerado dictatorial del Kremlin y sus aliados que solo querían resultados sin importarles ni el precio ni los métodos. Cuando creas un monstruo paralelo a las instituciones con poder económico y armamentístico el riesgo se muestra ahora tan evidente como inaceptable. Putin ha recibido un duro golpe y sacrificará algunas piezas de su Gobierno para mantenerse en el poder mientras en Occidente debemos ser muy conscientes de que una Rusia sin Putin puede que no sea la mejor opción si el sustituto es peor o si la Federación rusa se desmantela y no se tiene el control de las armas nucleares. Por eso llegó Putin al poder, como miembro disciplinado y solvente del KGB, para garantizar la estabilidad y la seguridad. Ahora impera la peor de las incertidumbres.