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Esta frase se acopla mejor a los tiempos anteriores al desarrollo de los móviles y de Internet, donde los avances tecnológicos se desarrollaban a pasos de las velocidades de interconexión entre los humanos y donde la información y el conocimiento de la realidad era casi ... totalmente real. Por lo tanto a cualquier observador le parecería que pasado y futuro se desarrollaban a velocidades perceptibles e interpretables por nuestras capacidades reales cerebrales. Y lo único que iba variando eran las apariencias de la observación al paso del discurrir real de la vida. Por lo tanto las percepciones vitales se impresionaban en nuestro cerebro a un tempus lento, el tempus del deambular de la elucubración cerebral con el grado de impresión vital conque nuestras apreciaciones eran registradas por nuestro cerebro.
Estas impresiones formaban las sensaciones propias con que los acontecimientos quedaban registrados en nuestros entendimientos, por lo que con el paso de aquellos tiempos era frecuente apreciar cómo cada cual registraba los acontecimientos en la medida conque sus facultades mentales eran capaces de registrarlas, así con el paso del tiempo los recuerdos iban desfilando en intensidad de manera inversa a su percepción, la apariencia de más fuertes los más antiguos y más débiles los nuevos, por eso se acuñó la frase: «todo tiempo pasado fue mejor». Lo cual no era sino una interpretación subjetiva a cada individuo de la capacidad de percibir la pasada existencia.
Pero he aquí que la tecnología empezó a desarrollarse a un ritmo descomunal, empujada por la apetencia de que o la posees o te quedas atrás, que es lo que hoy día es lo más acusable en los avances tecnológicos, o te haces con ellos o te quedas atrás. Pero además de ser vital la posesión de los medios más avanzados, en la información, en la defensa, en todos los órdenes de producción o en la educación apareció la virtualidad.
Tanto en la digestión de imágenes como en la comunicación, ya necesitamos convertir de facto la temporalidad de las cosas donde se producen o donde se digieren, en un ritmo trepidante que cada vez nos deja más inactivos, más dependientes y más dislocalizados de la realidad, donde ésta y la virtualidad interfieren continuamente sin solución de continuidad, para desesperación de nuestra inteligencia cada vez enormemente más dependiente de los modernos receptores, desarrolladores e instrumentos sucesivos tecnológicos, viendo con pesar que todos los que rompían picas de admiración por las digestiones y avances que la inteligencia nos estaba lanzando, se ven ahora menospreciados e infravalorados, léase Inteligencia artificial.
Está claro que la herrumbre mental está sumegiendo al ser humano en una imagen caída del árbol como si las leyes de Newton fueran ya un canto al pasado que para valorarlo sea preciso recurrir a apostillas históricas, sí, la manzana puede caer al revés, y los medios de cálculo de entonces no eran los que ahora disponemos, se pertrechan los más sabios para salvar a Newton.
Pero muchas más cosas están pasando, el presente se ha dilatado, el aquí y ahora se ha transformado en una apreciación continua del verbo en manos de millones de usuarios de todo el mundo, la ciencia matemática del momento está en la valoración y atrapamiento de esa realidad virtual manejada por los algoritmos matemáticos para extraer las apreciaciones de los agentes mundanos y de las variables económicas gigantescas para poder apoyar una toma de decisiones lo más certera y real posible: the big data.
Ahora sí que ya no nos podemos comparar con la pujanza telemática, tenemos que dar un paso al lado y dejar pasar a su majestad los ordenadores, causa y medio de génesis de la Inteligencia artificial a la que vamos a pasos agigantados por más que muchos opinen que tanta ciencia, tanta tecnología para que una máquina lleve una Coca-Cola a la mesa del cliente.
¿Esto demuestra que realmente somos ya estúpidos? O que ¿hay que dejar que las máquinas hablen?
No niego que en verdad la riqueza y el desarrollo económico en el mundo va por estos derroteros, pero perdón por sentirme atrasado, todavía admiro a Beethoven y le sitúo en manos divinas.
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