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No tienen la sensación de que últimamente todo va más deprisa? Las ideas, las relaciones, la economía, el lenguaje y hasta la meteorología, todo cambia cada vez más rápido. Los movimientos sociales, los partidos políticos surgen y desaparecen en tiempo récord, las películas y series ... o los artículos de prensa son cada vez más cortos, las tendencias pasan de moda en un par de semanas y las noticias a veces nos llegan ya caducadas.
Incluso nosotros mismos nos movemos a velocidad de vértigo, literal y metafóricamente hablando: lo queremos todo ya, pero igual dentro de un momento queremos algo diferente. O igual es que nos han metido a todos en aquel acelerador de partículas de Ginebra, pero se les ha olvidado avisarnos antes.
Uno diría que de la era contemporánea hemos pasado a la era acelerada, y sin transición. Pero claro, lo mismo es algo relativo, y lo que pasa es que cuanto más viejo te vas sintiendo, más adolescente te parece el mundo. Y entonces te da por la vida 'slow', para combatir ese estrés que ya casi nos parece el estado natural del 'homo hiperactivo'.
Menos mal que hay cosas que no cambian, como la Dirección General de Tráfico. Que sigue ahí, inflexible e inalterable, aferrada a los límites de velocidad de un país en blanco y negro. Póngase usted a contarle a un recaudador lo deprisa que va todo, incluyendo los vehículos por la A-67 –en los tramos sin atasco, claro–, y que cuando hay que bajar de 120 a 100 en las curvas igual tenían que advertirlo con una señal roja de peligro con el € en medio. Le va a dar lo mismo, claro, pero ya verá lo rápido que llegan ahora las multas y cobros de la DGT. A la velocidad de la luz, vamos.
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