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Hay cosas que es mejor no saber», dice uno de los personajes de 'La ciudad de la piel de la piel de plata', la última novela del escritor casi santanderino Félix Modroño. El jueves en el Ateneo contó que cuando viaja a Villalpando, el pueblo ... de sus padres, siempre le maravilla la felicidad simple en que vive su amigo el herrero, al que le importa entre poco y nada qué sucede en la capital, en Bruselas o en la Conchinchina.
Mientras, yo le miraba detrás de mis gafas nuevas. Tras resistir estoicamente cinco décadas, últimamente no hacía más que maldecir la moda de la tipografía diminuta y la falta de brillo de mi móvil. Hasta que me pillaron en casa leyendo con los brazos estirados. De inmediato, Noelia me cogió de la oreja y me arrastró hasta la óptica. Presbicia, claro.
Salí de allí con un agujero en el bolsillo, unas lentes 'ocupacionales' –sea lo que sea eso– y una nueva visión del mundo. De nuevo podía disfrutar de la prensa, ver las noticias y maliciar por la web. Nunca había visto mejor, apreciando cada detalle con nitidez.
Lo malo fue que veía hasta la letra pequeña de la vida, y al final me enteré mejor de lo que pasaba en Israel, de lo de la amnistía… Vi cosas que antes no me molestaban, como los rayones del coche o las motas de polvo en mi pantalla, aunque mucho peor fue mirar al espejo: donde pensaba que había piel tersa y rizo negro azabache todo eran patas de gallo y cana.
Entonces me di cuenta de que en las últimas semanas yo también había estado viviendo en Villalpando, feliz en mi fragua, a salvo de tantas cosas que es mejor no ver.
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