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Lo mejor del callejero santanderino siempre ha sido la geografía invisible, esa que todavía llama Simago a una esquina del centro o Pryca a un centro comercial, y que siempre hizo gala de ironía e ingenio para poner nombres lo más puñeteros posibles, como aquello ... de llamar a Candina el 'barrio Venecia', porque los charcos allí parecían canales.
De los modernos, el más gracioso era la 'calle del coño'. Que, por supuesto –¡hablamos de Santander, por favor!– no tenía nada que ver con la mala vida. Ni era un lugar de encuentro, de esos de «¡Coño, cuánto tiempo sin verte!». ¡Qué va! El mote venía del cartel que un vecino había colocado en un muro de la calle Adarzo, que ponía: «A 30, coño». O lo gritaba, más bien, porque las letras, y sobre todo el «coño», eran mayúsculas y enormes.
Bueno, pues la calle del coño ya no existe más. Ahora es una cuadrícula recién urbanizada, y en lugar del taco resulta que las paradas de autobús la nombran como 'Barrio Hospitalillo'. Rememora que allí tuvo la Cruz Roja hace un siglo un sanatorio para heridos de guerra, que está muy bien, pero claro, ni punto de comparación con la nomenclatura popular.
Que encima le viene como anillo al dedo, porque ahora que los vecinos y los 'curritos' de los alrededores ya no tenemos que colarnos de 'estrangis', no nos quitamos el coño de la boca: «Coño, qué pedazo de calle, cómo ha mejorado esto»; «coño, qué pena no haber puesto un carril bici de la estación al Parque Tecnológico» y, sobre todo: «¿Por qué coño no lo abrieron antes, si llevaba meses terminado?». En fin, cosas de la agenda política, claro, que eso sí que es un coñazo.
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