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El cocinero Jesús Sánchez acaba de presentar 'Casero', un libro para cocinar «con la gorra» y triunfar a lo grande en las distancias cortas. Y ... es que, alejándose de florituras y trampantojos, ha optado por volver a lo básico, al universo cotidiano.
Su colección de recetas no solo es una mirada actual al recetario tradicional, sino una manera práctica de afrontar el reto de cada día para las «madres, padres, abuelas y abuelos» y demás cocineros familiares, esos que de verdad tienen que multiplicar panes y peces, y además con nota, porque en cada comida se enfrentan a los críticos gastronómicos más feroces: una familia. Y, sea de comilones o de malos comedores, hay que dejar a todos satisfechos… y con lo que haya.
Y sale airoso, porque Jesús Sánchez sabe lo que se hace; no en vano, tres estrellas Michelin le contemplan desde lo alto de su Cenador de Amós. Pero lo consigue porque en su obra no solo trabaja con buenos alimentos, sino con la materia prima más difícil y a la vez más gratificante: la memoria. Sabores y aromas que forman parte de nuestra propia biografía, un patrimonio cultural y masticable –y en absoluto inmaterial– de la humanidad.
Así, si a Proust le emocionaban las magdalenas, a mí por ejemplo son las sopas de ajo que cenaba mi abuelo cada noche o empanadas de mi abuela Alicia las que consiguen que me broten las lágrimas cada vez que mi madre decide desempolvar el viejo recetario familiar.
Pero claro, así es muy fácil, porque utiliza un truco infalible. Ese que conocen todas las madres, que añaden a su cocina un ingrediente secreto: amor, mucho amor. Y eso sí que enriquece cualquier comida.
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