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Dice mi compañera Pepi que, con lo que ha avanzado últimamente la medicina, si hoy día te mueres con menos de 70 años, haces el ... ridículo en la esquela.
Y tal vez no le falte razón, pero el asunto de las esquelas parece que no le preocupa solamente a ella. Y no lo digo por esa afición que suele entrar a cierta edad por empezar a leer el periódico por la sección necrológica, sino porque uno ya le va echando un vistazo de reojo y no sabe qué conclusiones sacar.
Hace unos años ya que la modernidad llegó a las pompas fúnebres, y lo mismo que en las lápidas de los nichos se puso de moda añadir una imagen, en las esquelas las socorridas cruces dejaron paso a las fotos del difunto. Todo un progreso, claro, sobre todo en regiones pequeñas, de esas en las que todos, más o menos, podemos conocernos, aunque sea de vista. Muy práctico.
Sin embargo, cada vez hay más fotografías en las que el aspecto del finado no concuerda con la edad que según la esquela tenía, sino que sale mucho más joven. Algo chocante, pero, ¿quién ha dicho que la foto de la esquela tiene que ser actual?
Esto no es como en las películas de detectives, donde piden una imagen reciente de la víctima. Qué va: esto es para toda la eternidad. ¿Y por qué tenemos que despedirnos con una foto de nuestro ocaso? ¿No sería mucho mejor mostrarnos en plenitud?
Ya lo sostenía Pereira en aquella novela de Tabucchi: resurrección de la carne, no, por favor. Mucho mejor que la que quede para siempre sea nuestra mejor imagen, ¿no?
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Ana del Castillo
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