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Qué maravillosos serían los trenes de cercanías de Cantabria, a poco cariño que les pusieran en Renfe. Recorre paisajes espectaculares, los vagones, incluso no siendo ... nuevos, son confortables y amplios, permiten llevar la bici y son una alternativa muy práctica al atasco de costumbre en la autovía (y más allá). Encima, desde que ya no tienen 'copago', viajar te sale casi regalado.
Sin embargo, de la teoría a la práctica media un abismo de dejadez. Hace unos días se anunciaba a bombo y platillo que, con la inversión de tropecientos millones, se iban a ganar unos minutillos en cada trayecto. Pero claro, va a ser que el tiempo es de verdad relativo, porque si uno echa cuentas, se diría que ahora el viaje dura todavía más que antes. A cambio, eso sí, se han cambiado todos los horarios de paso, toda una gracia para los que ya teníamos cuadrados los tiempos para llegar a la hora a clase o a la oficina. Y, de paso, no han actualizado las tablas de la página web, con lo que quien no haya espabilado habrá echado unos cuantos juramentos, esperando en su parada o apeadero.
Se supone que todo mejorará cuando acaben las obras, o cuando por fin llegue el reemplazo de aquellos trenes que no cabían en los túneles, aunque el problema tiene mayor calado: somos tantos viajeros, que no cabemos. Sobre todo, en horas punta. No necesitamos trenes más bonitos, sino más vagones y mayor frecuencia. O empleados que empujen y compriman a los pasajeros, como en el metro de Tokio.
Igual deberían obligar a los responsables de las líneas a ir a trabajar en sus propios trenes, a ver si así les ponían un poco más de cariño.
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Ana del Castillo
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