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Dicen el tópico aquello de que la realidad imita a la ficción, pero a veces a lo que se parece es a una película de Charles Bronson. Que se lo digan si no al actor Daniel Guzmán y a los cuatro jóvenes que le denunciaron ... por sacarles a palos de la casa de su propiedad que habían ocupado. Bueno, perdón: 'okupado', que parece que poniéndole la ka punki se dignifica eso de tomar lo que no es tuyo, y te permite revestir de activismo y conciencia social lo que no es más que otra infracción cualquiera del código penal.
Será cosa de la edad, porque recuerdo la admiración con la que en mi adolescencia miraba a Dora, una pintora amiga de mi tío que se había ido a vivir a Ámsterdam, porque le salía mucho más barato. Bueno, qué barato… gratis total. Pero claro, ella no era okupa, era 'squatter', que molaba mucho más. De hecho, hasta le daba un prestigio especial, un aura rebelde y contracultural, pensaba yo.
Los okupas, en cambio, siempre han sido más cutres –que, por cierto, no sé por qué no se escribe con ka, 'kutre'–, con la sutil diferencia de que en Holanda se colaban en edificios públicos o antiguas fábricas y oficinas abandonadas, y aquí en cambio se cuelan en viviendas particulares. A ser posible, casas con jardín. Muy punk, vamos.
Y lo que ya no tiene ninguna gracia es que okupen tu casa, y encima la ley se ponga de su parte. Por 'liberar' la suya, a Guzmán le han calzado una multa de seiscientos euros. Si hubiera ido por el camino legal, le habría costado un año largo y miles de euros en abogados. Así que, si les surge el mismo problema, ya saben: tomen nota.
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