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Nos ha costado treinta y seis años, pero estas Navidades nos hemos reunido los antiguos compañeros del colegio. Pero no ha sido como en las películas americanas, la verdad, sino más bien como en una españolada. Y eso que la tarde iba bien, con su ... toque de nostalgia y su punto de cotilleo: qué ha sido de éste, qué hace aquel otro… Lo normal, vamos.
Hasta que Óscar nos comentó que, desde hacía dos semanas, era oficialmente una mujer. Y a ver, que somos todos muy modernos, y con lo que llevamos visto ya no nos asusta nada, pero es que Óscar seguía siendo Óscar, al menos por fuera. De hecho, hasta su nombre seguía siendo el mismo.
O sea que, más que de sexo, el hombre ha cambiado de género. Simplemente, se leyó la ley trans, fue al juzgado y pidió la reasignación. Cinco meses después, ya tiene una sentencia que dice que él es ahora ella, aunque sigue teniendo el mismo aspecto varonil, los mismos gustos –se confesó «lesbiana»– y hasta las mismas ideas, algo escoradas a babor.
Como buen abogado, no hubo manera de sacarle de su declaración de que se siente mujer, sin más motivos. Lo que marca la ley, y punto. Y que no tenía nada que ver con los casi ciento cincuenta beneficios a los que ahora puede acceder, tras el cambio de género; por ejemplo, como 'madre' de dos hijas, le subirán la pensión.
Puede que cuando Isabel García, la actual directora del Instituto de las Mujeres, dijo aquello de que «las mujeres trans no existen», igual se refería justo a esto, pensaba yo mientras Óscar, que ya está tramitando su DNI de mujer, entraba al aseo… de caballeros. O lo mismo alguien se equivocado haciendo leyes, y no hay manera de que lo reconozca.
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