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Hace no demasiado tiempo, cuando todavía se jugaba en la calle y no en las pantallas, existía una palabra talismán: «casa». Si jugabas a la ... pica o pilla-pilla, para que no te la 'dieran' y tener luego que 'llevarla' te subías a un alto y gritabas 'casa', lo mismo que cuando te descubrían en el escondite y tenías que correr hasta 'casa', por ti, o por todos tus compañeros.
Y es que la 'casa' siempre ha sido un refugio. De hecho, en la primera ley que se promulgó en Europa, los fueros del reino de León en 1.188, se reconocía la inviolabilidad del domicilio. Tierra sagrada. Hasta colarse sin permiso en un hogar ajeno era un delito tipificado, el 'allanamiento de morada' de las novelas y películas antiguas.
Pero ya no debe de serlo tanto, porque últimamente no cesan las noticias sobre personas a las que asaltaron dentro de sus propias casas y, después de defenderse, tuvieron la desgracia de que el agresor muriese. Estos días se habla mucho de un anciano mallorquín que tendrá que ir a la cárcel, pero a poco que se repase la prensa de la última década enseguida afloran casos similares por todo el país.
Resulta que defenderse es ilegal, o al menos no te sale a cuenta, porque tenemos una legislación 'garantista'. Esa palabra tan bienintencionada quiere decir que los 'malos' tienen también sus derechos, un despropósito que suele acabar con las víctimas indemnizando a los agresores o a sus familiares, como si fallecer en semejante 'acto de servicio' mereciera una recompensa. Como si los asaltos a domicilios los realizasen pobres víctimas de la injusticia social, y no criminales peligrosos e indeseables, y muy a menudo organizados.
Total, que como te entren los ladrones en casa, más vale que te pillen fuera, como a Gila…
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