El futuro a 30

Ha llovido ya bastante desde entonces –aunque menos de lo que suponíamos en aquella época, por aquello del cambio climático–, tanto que el futuro ya no tiene pinta de ser un asesinato. Más bien, va a ser un atasco cósmico, de proporciones siderales. Un embotellamiento sin principio ni final, un estado permanente de tránsito, sin alcanzar jamás el destino.

No, no: no me acabo de unir al club de los canceladores del futuro, qué va. Lo que pasa es que estas navidades nos dio por coger un Ryanair y darnos una vuelta por el Reino Unido. Así que nos plantamos allí y en Inglaterra yo diría que vimos el futuro. Lo que nos espera también aquí, vamos, con tanta obsesión por ralentizar el tráfico hasta hacerlo tan desesperante que los conductores se rindan y acabemos renunciando al coche.

Para comprenderlo, basta con intentar cruzar Londres de norte a sur, o simplemente ir de un barrio a otro: sin vías rápidas ni circunvalaciones, y con la velocidad limitada a veinte por hora, prácticamente se tarda igual en coche que caminando. Ni aparcamientos ni transporte público eficaz: eso sí que es disuasión.

Sin embargo, tampoco parece funcionar demasiado: por allí circulan muchos más coches de los que realmente caben en las calles. Así que habrá que ir preparándose en nuestra 'smart city' de 'zona 30', en la que la mayoría de sus habitantes viven en la periferia: el futuro es un colapso eterno. Menos mal que nuestros gobernantes, tan previsores, ya estarán comprándose helicópteros.