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Esta semana, Google ha cumplido veinticinco años, y lo cierto es que cuesta bastante recordar cómo era la vida antes de Google. Aquel mundo lleno de guías telefónicas en papel, de salones decorados con enciclopedias en tapa dura, de bibliotecas donde se iba a leer ... y no a estudiar. Un mundo analógico, que de la noche a la mañana se quedó obsoleto. Y el cambio, curiosamente, no lo marcó la aparición de internet, sino el descubrimiento de los buscadores. Pasar del prehistórico IRC a los buscadores molones, como Yahoo, fue un auténtico salto de calidad. Por fin era evidente la utilidad de aquel invento. Poco después llegó Google con su algoritmo y su correo gratuito y entonces ya fue imposible escapar de sus redes.
Un cuarto de siglo más tarde, si Albert Einstein viviera en nuestros días habría reformulado su célebre cita: «¿Para qué memorizar algo, si puedes consultarlo en Google?». Google se ha convertido no ya en nuestra memoria, sino en nuestra principal fuente de información. Lo sabe todo. Y todavía más: es que lo que no aparece en Google, no existe.
Sin embargo, Google ya no es un buscador, sino todo un ecosistema: ahí consultas el correo electrónico, almacenas fotografías, escribes tus documentos.
Pero también registra tus desplazamientos, tus intereses, casi todo lo que haces. Conoce tu vida y tus gustos casi mejor que tú, hasta el punto de que se adelanta a tus deseos.
A veces, es verdad, se pasa un poco de la raya y trafica con nuestra información, pero es que parece que se nos olvida que no es un servicio público, es una empresa privada. No busca el progreso y la paz mundial, sino mejorar la cuenta de resultados. Pero bueno, ¿qué es un poco de privacidad al lado de tanto beneficio? En fin, feliz cumpleaños.
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