GPS

Las víctimas habituales, sin embargo, suelen ser camioneros polacos, por vaya usted a saber por qué algoritmo eslavo, que acaben atrapados en callejones de Anero, de Maliaño o en la vía verde de Villaescusa. En 2018, uno cargado con veinte mil litros de cerveza quiso cruzar un riachuelo de Anero, y acabó panza arriba toda una semana; con mucho menos, los Ealing Studios filmaron 'Whisky a go-gó', no digo más.

Resulta sorprendente la dependencia que hemos desarrollado de los sistemas de navegación. Cuando caminamos por una ciudad desconocida vamos con el teléfono en la mano, como turistas zombis; pero es que también los encendemos para los desplazamientos más sencillos, incluso los rutinarios, como si aún no se hubieran inventado las señalizaciones en las carreteras y los letreros de las calles. Y uno se pregunta cómo hemos podido sobrevivir tantos milenios sin estos inventos, cómo harían los humanos pretecnológicos para llegar del punto A al punto B sin perderse, si nosotros no somos capaces de ir de Boo a Guarnizo sin que nos guíe la pantallita.

Eso sí, cada vez que aparece una noticia parecida, no puedo evitar una sonrisa nostálgica al recordar la frase recurrente de las madres de mi infancia, cuando les pedíamos permiso para cualquier cosa con el argumento de que todos los demás lo hacían: «Y si tus amigos se tiran por un puente, ¿tú también?». Por supuesto que no, pero si lo dice el GPS…