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No hablar de Sánchez. No hablar de Sánchez. Si lo repito en plan mantra, igual lo consigo. Sin embargo, es como aquello de no pensar en elefantes: los acabas viendo hasta de colorines. Y sin necesidad de llegar al delirium tremens.
Con el temita del ... presidente hasta en la sopa, el jueves hablé con Nicolás Sesma, que acaba de publicar una historia abreviada del franquismo en tan solo setecientas cincuenta páginas de nada. Me dejó a cuadros cuando me dijo que, contra el prejuicio popular, ni Franco era tonto, ni los dirigentes del régimen se parecían a Saza en 'Amanece que no es poco'. Que esa imagen fabricada a posteriori fue una especie de consuelo, creada por unos oponentes políticos que no lograron derrocar aquel sistema.
O sea: si no puedes vencerlos, ríete de ellos. Ridiculiza, que algo queda. Va a ser que los españoles no cambiamos ni con transiciones, ni ganando el Mundial ni con pandemias globales. La consigna sigue siendo la misma de siempre: al enemigo, ni agua.
No hay piedad para el rival político, en un juego que nos tomamos casi tan en serio como el fútbol. Tú eres de los tuyos, y los 'otros' son la encarnación del mal.
Hagan lo que hagan unos y otros y pase lo que pase. Para siempre y en todo lugar. Amén.
El problema es que todo esto antes se quedaba en las conversaciones de bar y oficina, o en las reuniones familiares, pero las redes sociales han venido a descubrirnos lo que nos negábamos a creer: que sigue habiendo dos Españas: la de los tuyos y la de los otros. Y tú puedes salirte del grupo de wasap, pero el presidente no. Así que, por favor, no hablemos más de Pedro Sánchez. Por lo menos, hasta mañana.
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