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¿Cómo es posible que Murakami me conozca tan bien? ¿Cómo consigue adivinar lo que pienso y siento? Esta es una pregunta muy común entre los lectores del japonés, una rara avis en el mercado editorial, que ha conseguido el milagro casi irrepetible de ... alcanzar cifras de superventas y a la vez conservar el prestigio de los escritores de culto. Y lo hizo con un libro que casi supuso por sí mismo un 'boom nipón', el celebérrimo 'Tokio blues', que llegó a Europa con dos décadas de retraso: el original era de 1987, de 2000 la traducción al inglés –por cierto, titulada 'Norwegian wood'– y al castellano no llegaría hasta que Tusquets lo lanzase en 2005.
Con muchos elementos autobiográficos, esta 'bildungsroman' narraba el primer año en la universidad del joven Toru Watanabe, que en plenas revueltas juveniles estaba mucho más ocupado en escoger entre la bella Naoko y la divertida Midori. Con esta novela los lectores, y en especial los jóvenes, se rindieron a un Murakami que fusionaba leves reminiscencias sintoístas y budistas con un universo referencial absolutamente occidental.
Su literatura, en cambio, pronto se alejaría del realismo; con un fuerte componente simbólico –el de los gatos como seres entre la fantasía y la realidad, por ejemplo, o la música como puerta a otras dimensiones, como ocurre en '1Q84' – y su sorprendente capacidad para crear universos alternativos, mundos posibles que en ocasiones solo existen en la cabeza de un personaje, su verdadera pericia radica en el manejo del misterio y los elementos fantásticos, que surgen en contextos insólitos.
También logró apasionarnos con el jazz, el oficio de la escritura o a larga distancia –tanto en maratones como en sus voluminosos libros–, si bien el secreto de su conexión con los lectores tal vez sea una suerte de mimetismo con los personajes, que provocan una empatía irrefrenable. Más allá de sus tramas, de sus finales abiertos o de la sensación permanente de extrañamiento, Murakami es un maestro del retrato psicológico, en el que profundiza de tal manera que logra que, con la recreación de pensamientos y sentimientos, el lector se identifique con esos perdedores que se saben raros y sienten al mundo como algo ajeno. ¿Cómo no verse reflejado en un personaje que quiere huir de la rutina, que no entiende la vida moderna y al que el mundo le viene grande?
El gran acierto de Murakami, pues, es contarnos que todos somos raros. Diferentes. Y especiales.
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