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Dice el profesor Stefano Abbate, de la Universidad Abat Oliba CEU, que España lidera el consumo de psicofármacos porque somos «muy hostiles a la vida».
Es maravillosa la gente que habla en titulares de prensa, pero claro, uno escucha esas cosas y de primeras se ... queda trastocado. Sobre todo, porque suena a ese otro clásico, en este caso médico, de las heridas «incompatibles con la vida».
Rascando un poco más, enseguida se descubre lo que el politólogo en realidad quería decir: que la vida es muy dura por estos pagos, y el personal se aprieta benzodiacepinas y trankimazin como si fueran piruletas.
Y algo de razón debe tener. De hecho, lo del abuso pastillero es tan evidente que hasta la escritora Elisa Levi acuñó el término 'Generación Lexatin' para caracterizar a una parte de nuestra juventud. Claro que igual les falta explorar un poco el asunto del 'uso recreativo', que no todos van a ser como Johnny Deep en su telejuicio, asegurando que se metía de todo «para no pasarlo mal». No, no: algunos se meten para pasarlo bien. Que hay mucho vicio. Todavía.
Pero lo grave no es tanto el efecto como la causa; porque esa hostilidad existe, y resulta tan patente que es difícil escapar de ella. Asoma en los discursos políticos, y no solo de los extremistas sino en todo el espectro de colores. Pero es que aflora en cualquier debate público, en las calles y, cómo no, en las redes sociales. Hace unos días, en la enésima polémica del momento, una voz cuya identidad poco importa decía con orgullo: «Nosotros no pedimos respeto, lo exigimos». Vamos, que al final los hostiles somos nosotros.
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