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Muy a menudo vemos cuánto cuesta asumir que nuestro momento ha pasado, recoger tus cosas e irte a casa. Les cuesta mucho, por ejemplo, a los deportistas. Cuánto más estrellas se sienten, menos capacidad parecen tener de asumir que ha llegado el momento de la ... retirada. Una temporada más, un contrato más… Aunque se arrastren por el campo. Pero claro, ¿quién renuncia al estrellato pongamos que a los treinta y cinco, cuando tienes más de media vida por delante?
Quien desde luego no quiere retirarse a los treinta y cinco es Irene Montero, que después de quedarse compuesta y sin cartera, la ministerial con la que parecía contar, debe estar pensando en una huida hacia adelante. Hacia Bruselas, en concreto.
Tiene que ser difícil asumir que de gran estrella en la pasada legislatura te has quedado en estrella fugaz. Vamos, que no lo aceptas, ni aunque la realidad te lo esté gritando a través de las urnas. Pero, por mucho que la erótica del poder pueda cegarla, si ya la vetaron en las listas de Sumar para no hundir sus expectativas de voto, ¿qué le estarán diciendo en su círculo de confianza para que no se dé cuenta hasta dónde ha caído realmente su popularidad?
Y es que dentro de su cámara de eco, de su burbuja de afines, a lo mejor no han caído en la cuenta de que su talante tan belicoso, el disparate legal de su ley del solo sí es sí y sobre todo el asuntillo del chalé tal vez no sean el mejor currículum para presentarse ante un electorado en el que despierta de todo menos simpatía.
Puede que, en su caso, una retirada a tiempo no sea una victoria, pero sí que le podría ahorrar una derrota apabullante.
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