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Oh, qué alegría tamaña! La montaña/ y los prados florecieron», escribía Gil Vicente acabado el siglo XV. Y la noche del 15 el Gil Vicente, el de nuestros días, escribía otra rúbrica, esta en el contrato de cesión de Roko Baturina, que volvía a desatar ... una locura en 'la montaña' que ni la 'alegría' de José Hierro en su momento. Y mira que hacía unos días que a los sufringuistas ya no nos gustaba el fútbol –desde el 'accidente' contra el Eibar, vamos–, pero no hay como un buen fichaje para levantar la moral a una parroquia que celebramos el regreso del croata tanto como una victoria sobre el césped.
En mi casa, sin ir más lejos, hubo cánticos y hasta brindis, y no sacamos la bandera porque todavía chispeaba, pero es que fue ver el vídeo con el ariete silbando y tuvimos claro que el bueno de Roko ya había marcado su primer gol mucho antes de enfundarse la camiseta, a lo Cid Campeador.
¿Y a qué tanta euforia desmedida? Que sí, que igual las cifras de 2023 tampoco fueron para volverse loco, pero es que Baturina no nos vende estadísticas, sino algo mucho más valioso. Da igual si le adjudicaron cuatro o cinco goles, o cuántas asistencias repartió: lo que nos dio en el pasado fue felicidad, mucha felicidad. Nuestro 12 –con guiño a Zigic– es un jugador de otro tiempo, de otro fútbol, antes de que la contabilidad se impusiera a la pasión. Esa manera de luchar, esa entrega y esa forma de sentir los colores es algo que no se puede comprar con dinero, tiene que venir de serie. Como el duende, el racinguismo se tiene o no se tiene. Y resultó que, en cuatro jornadas, el balcánico parecía uno más de la Gradona. ¿Cómo no adorar a un tipo así?
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