Las Llamas a oscuras

Ya no se trata solo de la concepción laberíntica del recinto, que parece ideada para que la primera visita sea inolvidable; ¿quién no se ha encontrado con alguien desesperado en la S-20, preguntado dónde está la entrada? Tampoco de que para llegar a la puerta haya que dar la vuelta al mundo, que eso son cosas de diseño y seguro que los arquitectos se llevaron algún premio. Ni del campo a través que casi todos acabamos haciendo, porque ya somos mayorcitos y cada cual elige su camino. Qué va, lo realmente alucinante es que la iluminación brille por su ausencia.

«A la luz del cigarro voy al molino», decía una antigua canción folclórica. «Si el cigarro se apaga, me voy al río», continuaba. En Escenario Santander, en cambio, lo que nos ilumina es el móvil, y como se te apague, lo mismo acabas en el humedal de Las Llamas.

Va a ser que el siglo de las luces todavía no ha llegado a ciertos rincones de Santander, porque mucho parque moderno pero no hay ni una triste farola en un trecho de más de doscientos metros, así que todas las noches de concierto acaban con la Santa Compaña, una procesión de melómanos alumbrados por las linternas de los móviles o, si no queda batería, por la Estrella Polar.

Vamos, que mucha pantallita municipal con wifi y mucho sensor de aparcamiento, pero si echamos un vistazo a los Campos de Sport, a las escaleras mecánicas de Vargas o la senda de Peligros, más que 'smart' se nos se está quedando una 'city' algo destartalada.