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En el colegio nos enseñaron una retahíla que rezaba: «El orden de factores no altera el producto». Algo que sí, igual funciona muy bien para las multiplicaciones, pero en la vida real no termina de dar buenos resultados.
Por ejemplo: esta semana se nos ocurrió ... ver la mejor película del año, según la academia de cine estadounidense. Sí, la de 'Todo a la vez en todas partes'. Una experiencia que tal vez nos podríamos haber ahorrado si, en lugar de elegir película primero, hubiéramos releído antes las críticas. Que hay que hacer las cosas en orden, vamos.
La verdad es que ni nos acordábamos de cómo meses antes habían atizado los críticos a Dan Kwan y Daniel Scheinert. Fuerte y flojo y hasta en el cielo de la boca. Y mira que la prensa especializada suele esponjarse con Hollywood a poco que se atisbe un mínimo de riesgo y voluntad artística. Pero es que a la película de marras no hay por donde cogerla. Ni pies ni cabeza. A ratos parece que te vas a reír, que te va a emocionar, a interesar o incluso que te va a entretener, pero acaba convirtiéndose en una pesadilla de las peores, de las que sufres estando despierto. Como será, que lo mejor que tiene son las críticas, porque te puedes lucir atizando sin miedo a pasarte, porque los que se pasaron tres pueblos fueron los guionistas, directores y productores.
Aún así, la industria norteamericana la ha elegido como bandera del nuevo cine. O sea, que como las películas del futuro sean así, se les va a acabar muy pronto el monopolio audiovisual. Pero claro, son los riesgos de que un gremio se premie a sí mismo, que se acaba poniendo estupendo. Más o menos, como cuando a la Fifa le da por repartir galardones: un desastre.
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